Vicios de la enseñanza de la historia

VICIOS DE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

VICIOS DE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

 

Existe un abismo entre la historia producida por la academia y la historia que se enseña en las escuelas. La simplificación, la tradición y la distorsión ejercen su dominio en las aulas para perjuicio de generaciones, las cuales perpetuaran viejos sinsentidos históricos.

 

Los vicios de la historia narrada en las aulas escolares (y hasta universitarias) son múltiples y se extienden a otras esferas: política, mediática, empresarial, organizaciones civiles, etc. La escuela reproduce viejos prejuicios sobre el pasado peruano y altera groseramente la realidad histórica.

 

El uso político de la historia además es permanente en las escuelas y todo sentido crítico es desterrado por los defensores (conscientes o inconscientes) de la historia tradicional u oficial.

 

En ese sentido, cabe señalar lo que afirmara el historiador francés Marc Ferro, “no nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia” (1).

 

La escuela define el imaginario histórico de la sociedad y por lo tanto la reflexión sobre Clío y las aulas es imperativa. Utilizando el caso peruano, proponemos aquí el análisis de siete visiones que predominan en la narrativa histórica dentro de la escuela y otros espacios de la sociedad. Estos vicios del relato histórico son los siguientes:

 

–          Maniqueísmo

–          Heroicismo

–          Centralismo

–          Machismo

–          Elitismo

–          Visión episódica

–          Mirada trágica

 

Percepción maniquea de la historia peruana

 

El maniqueísmo es la tendencia a dividir las cosas entre lo bueno y lo malo en términos absolutos, sin tomar en cuenta matices o alguna consideración. En el relato histórico peruano conservamos visiones maniqueístas alrededor de españoles e indígenas, realistas y patriotas (independencia), liberales y conservadores (república), militares y civiles y hasta izquierda y derecha política (2). Estas contraposiciones facilitan la narrativa histórica e ideologizan excesivamente la historia misma. Es particularmente interesante el caso de la etapa independentista ahora que vamos rumbo al bicentenario. Durante esos años resulta complejo distinguir a “buenos” y “malos”, así por ejemplo en el Perú existieron reformistas y separatistas, monárquicos y republicanos, patriotas fidelistas y patriotas independentistas. El libertador San Martín, podía ser juzgado como un reaccionario al proponer una monarquía para el Perú, pero a su vez ser considerado un liberal por el carácter constitucional que defendía para esta monarquía. El notable estudioso Hipólito Unanue, fue un criollo reformista (colaborador del virrey Pezuela), sin embargo luego opta por la emancipación como muchos criollos que experimentaron esa transformación mental acorde con los nuevos tiempos. El mismo libertador Simón Bolívar, un personaje alabado y detestado, seguidor de un republicanismo imperial al estilo Napoleón Bonaparte, difícilmente puede ser juzgado en su justa medida. Finalmente los dos primeros presidentes del Perú: José de la Riva Agüero y Bernardo de Torre Tagle, son criollos recelosos de la presencia de ejércitos extranjeros (como el grancolombiano) y por lo tanto “traicionan” la causa independentista al intentar pactar con el virrey (liberal) José de la Serna.

 

El maniqueísmo es muy usual en las aulas escolares, donde se apela a un relato simplificador, excesivamente ideologizado y emocional. Sus peligros son evidentes, y es necesario evidenciarlos para así cuestionarlos y remplazarlo por descripciones e interpretaciones menos subjetivas a nivel histórico.

 

Percepción heroicista de la historia peruana

 

La historia nacional se inscribe en la creación de un imaginario histórico común que forma parte del proyecto del Estado-nación decimonónico. Se intenta en este relato histórico exaltar virtudes nacionales a partir de gestas o sacrificios encarnados en personajes (héroes) que representan valores (patrióticos) que deben generar admiración e identificación entre los nacionales.

 

Los sucesos históricos, en este sentido son relatados en clave de “grandes personajes” (políticos-militares) que protagonizan eventos cruciales de nuestra historia (batallas, golpes de estado, elecciones). Se diluye en esta narrativa histórica a los demás agentes por considerárseles secundarios. De esta manera los procesos de cambio histórico son explicados en términos positivistas o tradicionales.

 

La historia peruana concentra particularmente su atención en figuras militares, las cuales se conmemoran permanentemente (calendario cívico) y se perpetúan en los nombres de calles, avenidas, plazas y colegios. La historia es percibida como un conjunto inconexo de eventos memorables protagonizados por “personajes inmortales” que entregaron su vida por la patria. En la narrativa heroicista, la información sobre los contextos, la causalidad, las mentalidades, las consecuencias, las dinámicas de las distintas colectividades presentes, son ignoradas abiertamente.

 

Si bien es innegable el valor de la historia política y militar para conformar la mentalidad histórica nacional, no puede obviarse la enorme importancia que posee la historia social en este proceso y cuan necesaria es su difusión en (y desde) la escuela.

 

La etapa de la independencia y la Guerra del Pacífico son los mayores  ejemplos peruanos de historia en clave de gesta y heroicismo militar, ignorándose el papel jugado por las montoneras (guerrillas indígenas) y otros agentes (mujeres, esclavos, obreros, jóvenes, etc).

 

Desterrar el heroicismo de la narración histórica no tiene sentido, pero sí el matizarlo con la presencia de otros protagonistas (individuales o colectivos) de nuestra historia. Cultivar una “historia desde abajo” y ser capaces de integrarla a la enseñanza escolar (3).

 

Percepción centralista de la historia peruana

 

Una suerte de “Limacentrismo” es hegemónica en nuestra narrativa histórica. Una historia escrita desde Lima y para Lima, aunque se pretende nacional. Y aunque es notable el aumento del número de estudios históricos regionales, estos todavía pasan desapercibidos en el medio. El historiador Charles Walker señala a propósito de esto: “… los estudios revisionistas de regiones, grupos étnicos y sectores populares no han provocado la transformación de las grandes narrativas en el Perú. Su riqueza no se ha asentado del todo en los libros de texto y en los medios de comunicación, los cuales, más bien, reproducen las perspectivas históricas convencionales” (4).

 

El peso político, económico y hasta demográfico de la capital, perpetúan la vigencia de una producción bibliográfica que concentro sus esfuerzos en escribir una historia nacional desde Lima. Las dinámicas regionales son invariablemente dejadas de lado, generándose un sesgo limeño en la historia oficial. La Colonia y la República son descritas desde los grandes sucesos que acaecieron en Lima y Callao, descuidando la importancia de los ejes regionales (sur, centro, norte) y olvidando completamente la vasta zona amazónica. Lo más curioso es que esta narrativa histórica, genera percepciones sociales, donde se pierde de vista hechos como que la mayor población peruana estaba concentrada históricamente en los andes y que ciudades como Cusco y Arequipa (además del altiplano), tuvieron un protagonismo indiscutible a nivel político, económico, social y cultural.

 

Las percepciones centralistas, resultan casi una regla en las narrativas históricas nacionales, pero no permiten comprensiones más amplias de los procesos históricos en marcha, así como la evolución de los conflictos sociales locales y regionales. Actualmente Lima concentra casi la tercera parte de la población nacional, y resulta clave conocer su historia para entender la configuración del país. Pero no se puede comprender la historia del Perú sólo desde Lima, sino desde perspectivas descentralizadas, que deben conjugarse y expresarse en la escuela, los medios y los distintos debates públicos.

 

Percepción machista de la historia peruana

 

Quizás si partimos del principio de que tradicionalmente la historia fue escrita por hombres se entienda este fenómeno. Lo cierto es que la historia que se enseña en la escuela es esencialmente patriarcal (¿falocéntrica?); basada en una producción historiográfica tradicional que invisibilizó el papel de la mujer y los colectivos femeninos por desconocimiento o simple prejuicio. En los últimos años, sin embargo el interés por los  estudios de género ha permitido ampliar el conocimiento de la mujer en la historia (antigua, moderna, contemporánea). Lamentablemente, como se sabe, estos giros en los estudios sociales no tienen un correlato inmediato en las practicas discursivas escolares, mediáticas o cotidianas. En la percepción social peruana apenas son reconocibles algunas mujeres, cuyas acciones van unidas siempre a los grandes personajes masculinos (cuyo “brillo” las opaca).

 

En los últimos años la presencia femenina es mayor en la esfera política, el mundo laboral y las organizaciones de todo tipo, pero la mirada sobre ellas es todavía subalternizante. La historia peruana tradicional (fuertemente vigente) refuerza esto al presentarlas desvalorizadas (como a los indios, negros y obreros), o simplemente al no visibilizarlas.

 

La enseñanza de la historia en el Perú no tendrá sentido sino incorporamos los aportes vinculados a la participación femenina y los distintos roles que asumió y asume. Los interesantes trabajos de María Rostworowski, María Emma Mannarelli, Sara Beatriz Guardia, Maritza Villavicencio, entre historiadores e investigadores, aún brillan por su ausencia en las bibliografías de los textos escolares.

 

Percepción elitista de la historia peruana

 

La historia positivista de los grandes hechos (políticos-militares-diplomáticos) y los personajes notables, circunscribe el relato histórico a las altas esferas del poder (élites, burguesías, líderes políticos), desplazando la posibilidad de una historia que incluya a otros actores sociales: campesinos, obreros, organizaciones civiles, estudiantes, etc. Este modo tradicional de presentar la historia nacional, está enraizado en la mentalidad colectiva y provoca por eso mismo una percepción elitista de la historia.

 

La historia peruana se convierte así en una sucesión de incas, virreyes, caudillos militares y presidentes, cuyas acciones definen el proceso histórico nacional. La historia centrada en las acciones de las élites, impide construir una historia más horizontal, que incluya a los actores populares y que permitan un entendimiento más cabal de las estructuras en las que se producen los cambios y continuidades históricas.

 

La historia desde abajo, es todavía una deuda en la enseñanza escolar. Las identidades locales del país empujan por construir (escribir) esas historias, pero aún estamos lejos de integrarlas cabalmente a la memoria histórica peruana.

 

Percepción episódica de la historia peruana

 

Un vicio de la historia impartida en las aulas, es que se ha convertido en una serie de pasajes y/o eventos inconexos o aislados de hechos notables o anecdóticos. La historia no es apreciada como proceso o continuidad, sino como conjunto de acontecimientos aislables y memorables. No se trata, por supuesto, de que todos los ciudadanos tengan una mirada academicista de la historia (bajo el prejuicio de que es la única o verdadera), sino una mirada más integral, que permita apreciar mejor a los actores históricos y los procesos en que se ubican. Si la narrativa histórica nacional es presentada como simple conjunto de episodios desligables, se pierde la posibilidad de llegar a conclusiones más profundas sobre la evolución de la realidad nacional.

 

Las nociones de tiempo cronológico e histórico son escasas entre estudiantes y maestros, de tal manera que la diacronía y sincronía son reemplazadas por una colección de sucesos o hechos banales a memorizarse. Los principios de cambio-continuidad, ritmo-duración así como de sucesión y simultaneidad son incomprendidos, generando así una historia episódica lejana a cualquier historia explicativa seria.

 

Tal vez el mayor ejemplo de esto sea la visión de la emancipación, donde el largo y complejo proceso independentista peruano es explicado a partir de episodios limitados como el desembarco de San Martín en Pisco, la declaración de independencia en Lima el 28 de julio de 1821 o las batallas de Junín y Ayacucho de 1824. De esta manera se ignora importantes antecedentes como: los gritos de Tacna o las rebeliones de Huánuco o Cusco (1811-1814), así como el contexto español de las cortes de Cádiz, la constitución liberal de 1812 o la rebelión de Riego. Esta mirada episódica de la independencia se centra además en el liderazgo criollo-extranjero, dejando de lado la activa y permanente participación de los sectores populares: indios, mestizos, negros, mulatos, etc.

 

Percepción trágica de la historia peruana

 

Tema estudiado por Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart, en el libro “El Perú desde la escuela” (1986), donde se analiza y discute lo que se denominó: “la idea crítica del Perú”, por la cual la historia nacional es presentada en la escuela como una sucesión de “episodios traumáticos y de esperanzas frustradas”. Como señalara el politólogo Martín Tanaka refiriéndose al contenido de este texto: “El Imperio Incaico, nuestra “mejor época” fue destruido por un puñado de invasores. La Colonia está marcada por el abuso, y el fracaso de Túpac Amaru impidió que esto cambiara, de allí que la Independencia no tuviera mayor significación y fuera traída “desde afuera” por San Martín y Bolívar. En el siglo XIX vivimos “a la deriva”, y por eso fuimos derrotados en la Guerra del Pacífico. Finalmente, en el siglo XX, diversos intentos reformistas fueron derrotados por la oligarquía” (5).

 

Aunque la mirada trágica es válida en ciertos puntos (como en toda historia), es muy cuestionable en varios de ellos. Incluso se convierte en un instrumento de revancha y reivindicación “legítima” frente a un “orden político vigente”, el cual debe cambiarse por ser injusto. Un ejemplo de ello fue el contenido nacionalista y etnicista del periódico “Ollanta” (luego rebautizado “Antauro”), donde el hilo conductor era la historia trágica del Perú, la cual obligaba a “destruir” el orden opresor construido a lo largo de siglos por “colonizadores”, “criollos”, “extranjeros”, “imperialistas”, “vendepatrias” o “neoliberales”. Un discurso denominado “etnocacerismo”, donde los elementos beligerantes, xenófobos o racistas son las columnas vertebrales de la “revolución cobriza” a la cual se hace un llamado.

 

La “memoria herida” no puede guiar la enseñanza de la historia. Alcanzar la “historia justa” es un desafío que aún no resolvemos (6).

 

Miradas

Descripción

Maniqueísta

–            españoles vs. indios / criollos vs. andinos   / peruanos vs. chilenos / modernos vs. tradicionales / liberales vs. rojos

Heroicista

–            vigencia de un imaginario de héroes   sacrificados o caídos cuya luz inmortal ilumina nuestro pasado común.

Centralista

–            historia centrada en Lima y la costa, con   pocos elementos regionales andinos o amazónicos.

Machista

–            Invisibilidad de la mujer peruana en la   narrativa histórica vigente.

Elitista

–            Los grupos de poder político y económico son   los grandes protagonistas de la historia nacional.

Episódica

–            Fragmentación y desarticulación en el relato   histórico. Historia percibida como sucesión de hechos aislados.

Trágica

–            La nación peruana representada como un   pueblo históricamente sojuzgado y dependiente.

 

Reflexiones finales

 

Los estereotipos y prejuicios, son normales e inevitables en toda sociedad ya que están inscritos en los códigos de comunicación diaria, sin embargo son controlables en la medida que los hagamos visibles o seamos conscientes de ellos. Es innegable el poder descalificador de los prejuicios, y su poder destructor cuando se convierten en comportamientos discriminatorios; pero ¿cuáles son sus orígenes? y ¿cómo son reforzados socialmente? Es aquí donde la historia nos da idea de ello, pero a su vez sin desligarse de sus propios prejuicios (que pertenecen a los expertos y no expertos). La relación entre la historia y los prejuicios es bidireccional, en la medida que la historia (teoría) explora el origen y transformaciones de los prejuicios sociales, y los prejuicios se hacen presentes en las percepciones que tenemos del pasado histórico (realidad). Los constructores de la narrativa histórica nacional, reproducen una serie de prejuicios de los cuales son conscientes o inconscientes. En este sentido la pretendida neutralidad de muchos, solo debería ceder el paso a aproximaciones que buscan ser objetivas al explicitar y reducir los sesgos personales.

 

Los prejuicios son elementos distorsionadores (en mayor o menor medida) de la percepción de una realidad concreta; además forman parte de las ideologías, mentalidades o visiones dentro de la sociedad. No puede prescindirse fácilmente de ellas, ya que están ancladas en creencias, antes que en ideas. Lo que puede hacerse con ellas es explicitarlas, denunciarlas y descartarlas (procurando no reemplazarlas por otros prejuicios o sesgos).

 

En el caso de la percepción social de la historia peruana, son muchos los prejuicios que se hacen evidentes ante un análisis detenido. Los prejuicios son de diversa índole: políticos, culturales, sociales, etc. El problema fundamental de ellos es que originan visiones deterministas del pasado histórico peruano, construyen miradas negativas y trágicas, o incluso revanchistas-beligerantes. Se generan posiciones irreconciliables, identidades excluyentes y visiones pesimistas del país.

 

Como sabemos la historia es uno de los elementos más relevantes en la conformación de la identidad de un grupo. Por ello resulta clave examinar la historia que predomina en el imaginario colectivo de un país, los prejuicios que la cruzan y los intereses o contextos que los afianzan. Los discursos vigentes (políticos, sociales) se sostienen en percepciones o lecturas de una realidad histórico-social, evidencian por lo tanto “versiones del pasado”, las cuales deben ser miradas críticamente para observar su consistencia y el tipo de identidad que reproducen.

 

Descartar las miradas condenatorias de todo lo occidental, revisar los vicios asignados a lo “criollo” o “indígena”, prescindir de las visiones solo laudatorias de lo andino, evitar los discursos revanchistas y desterrar la visiones simplistas del pasado, son pasos imprescindibles para valorar y criticar en justa medida los elementos y actores que conforman nuestro pasado histórico, que a su vez permitirán entender mejor nuestra realidad presente.

 

Notas:

 

(1)    Marc Ferro. Como se cuenta la historia a los niños en el mundo entero. FCE. México, 1990, p. 9. El autor francés también señala: “controlar el pasado ayuda a dominar el presente, a legitimar dominaciones e impugnaciones”. pp. 9-10.

 

(2)    El historiador peruano Juan Luis Orrego, señala refiriendo al próximo bicentenario de la independencia: Doscientos años después, las nuevas investigaciones deben seguir desprendiéndose de la vieja visión heroica, episódica, maniquea y elitista. Heroica, en cuanto está destinada a mistificar a determinados personajes; episódica en la medida en que se descontextualizan los acontecimientos; maniquea porque representa a la sociedad segmentada entre patriotas y realistas; y elitista, pues privilegia la acción de un grupo hegemónico y relativiza la participación de sectores populares e incluso posibles proyectos políticos fallidos. Las nuevas investigaciones deben servir como insumos para emprender el gran debate sobre la memoria, en el que los peruanos decidamos qué elementos del pasado deben ser rescatados en función de un proyecto nacional inclusivo, democrático, diverso y descentralizado. Reconstruyendo la independencia, diario El Comercio, 10 de enero del 2010.

 

(3)    La “Historia desde abajo” es un concepto de narración histórica dentro de la Historia social. Se centra en la perspectiva de la gente ordinaria (la chusma para algunos), en contraposición a la historia tradicional que enfatizaba la perspectiva de los grandes líderes políticos, militares, entre otros. El término fue propuesto por el historiador francés Georges Lefebvre, pero fue desarrollado y popularizado por historiadores marxistas británicos como Christopher Hill, Eric Hobsbawm, Raphael Samuel, R. Hilton y E.P. Thompson (History from below). Esta escuela histórica priorizo sus estudios en los campesinos y obreros, ello debido al enfoque clasista propio del marxismo.

 

(4)    En Diálogos con el Perú. Ensayos de historia. Fondo Editorial del Pedagógico de San Marcos. Lima, 2009, pp. 391-392.

 

(5)    Martín Tanaka. La historia y la identidad peruana. Diario La República, 19 de febrero del 2012. En el mismo artículo el autor indica: Sobre la Independencia habría que leer más a Scarlett O’Phelan, quien rescata una larga historia de sublevaciones mestizas y criollas en nuestro territorio. Sobre el siglo XIX y la formación del Estado nacional habría que leer a Cristóbal Aljovín, Gabriela Chiaramonti o Cecilia Méndez, por ejemplo, quienes muestran complejas articulaciones políticas entre elites y sectores populares. Más adelante perdimos la Guerra con Chile pero, como muestra Carmen McEvoy, sería un error asumir el discurso del triunfador, según el cual ellos ganaron por ser “superiores” y nosotros “inferiores”. Finalmente, ya en el siglo XX, el propio Sinesio López ha planteado la visión de un Estado que va democratizándose progresivamente a partir de “incursiones de los de abajo”. http://www.larepublica.pe/columnistas/virtu-e-fortuna/la-historia-y-la-identidad-peruana-19-02-2012

 

(6)    … en el Perú, los intentos por elaborar una “memoria feliz” no han tenido éxito. Ni la narrativa criolla, que representa la historia oficial, ni menos aún la “idea crítica”, que puede considerarse como un discurso neoindigenista, han significado la elaboración de una “historia justa” que reconozca los éxitos y sufrimientos de las distintas comunidades, y que, por tanto, cristalice una imagen en la que todos los peruanos podamos reconocernos. Es decir, no se ha forjado una narrativa que nos abarque a todos, instituyéndonos como un pueblo de ciudadanos iguales en derechos pero diferentes en otros muchos aspectos. La constatación de este hecho no debería hacernos renunciar a la construcción de una “memoria feliz”. Por el contrario, solo de la radicalización de la apuesta por lograr una “historia justa” puede advenir esa “memoria feliz” que tanta falta nos hace. Gonzalo Portocarrero, Racismo y Mestizaje, Fondo editorial del congreso del Perú, Lima 2007, pp. 379-380.

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