La historia peruana en perspectiva

Historia del Perú en perspectiva

LA HISTORIA PERUANA EN PERSPECTIVA

 

El estudio de la historia ha implicado establecer grandes periodos y designar etapas específicas. Estas clasificaciones se mueven entre cuestionamientos permanentes o aceptaciones acríticas. Tal es el caso de la historia peruana, la cual ha sido dividida desde varios criterios, algunas veces más políticos o ideológicos, que históricos.

 

Para dividir la historia se debe ir más allá de las nociones de tiempo cronológico; es necesario establecer cuidadosas observaciones sobre los momentos de cambios y rupturas así como de continuidad histórica; a esto se le denomina “tiempo histórico”  (tiempo interpretativo). Recordemos por ejemplo al maestro Eric Hobsbawm, quien señalaba al siglo XX como un siglo corto (desde 1914 con la Primera Guerra Mundial hasta 1991 con la desintegración de la URSS); esto en contraposición con el siglo XIX, un siglo largo (de 1789 con la Revolución Francesa hasta 1914 con la Gran Guerra). Ciertamente ello obedeció al descubrimiento de unidades históricas por parte del historiador inglés y no a ideas antojadizas. (1)

 

La construcción de una historia nacional por los grupos criollos, los discursos indigenistas y la influencia de modelos como el marxismo son notorios en la narrativa histórica peruana; cuya periodificación y denominaciones son necesarias revisar por su fuerte vigencia en la escuela, universidades e imaginario social en general.

 

El Perú antiguo

 

Marcado por la presencia de grandes sociedades agrarias tanto en la costa como en los andes. Denominadas culturas andinas de manera general o civilización de los andes por autores extranjeros (2). La historiografía tradicional las denomina “culturas pre-incas”, evidentemente por la preeminencia que se le otorga a los incas. Ello en desmedro de la importancia que alcanzaron reinos como los Moche o Wari. Algunos enfatizan que la etapa imperial de los incas “el Tahuantinsuyo” duró menos de un siglo, lo cual contrastaría con los casi 3,000 años de desarrollo de las culturas regionales. Observación atendible, aunque la valoración histórica de una sociedad no depende solo de la duración cronológica.

 

Los grupos indigenistas vieron en este pasado la etapa más importante de nuestra historia. El rescate del valor de la cultura andina comenzó tempranamente con Garcilaso y sus Comentarios Reales (S. XVI), y en el tiempo se expresara en autores extranjeros como el inglés Prescott o el español Sebastián Lorente, quienes destacaran a los incas como temprana fuente civilizatoria del Perú. La agenda indigenista de fines del XIX e inicios del XX buscó visibilizar la fuerte tradición histórica que heredamos de esta época (las llamadas culturas milenarias). Para ello se apoyaran en variadas fuentes, valiéndose entre ellas de la arqueología, donde investigadores como Max Uhle y Julio C. Tello demostraron el notable valor cultural de las tradicionalmente llamadas “culturas precolombinas”. (3)

 

Los marxistas por su lado vieron en el estado incaico una “experiencia socialista” en los andes. Destacando el comunitarismo del ayllu y las supuestas condiciones de igualdad social y bienestar general del Tahuantinsuyo. Historiadores críticos como Pablo Macera, denominaron a la etapa pre-hispánica, como la de “autonomía” (culturas peruanas libres), frente a la etapa de “dependencia” colonial y de “semidependencia” republicana. Un discurso que tomó gran fuerza en los 70s y 80s, derivado de la famosa “teoría de la dependencia” latinoamericana.

 

Este periodo es el que más “orgullo nacional” genera; su narrativa histórica está marcada por la exaltación de la grandeza cultural del Perú antiguo, y hoy forma parte de la construcción de la llamada “Marca Perú” (una suerte de nacionalismo turístico).

 

Aún desconocemos mucho de este periodo, pero lo descubierto genera alta valoración entre estudiosos extranjeros y nacionales. Gran parte de la cultura popular y no popular del país no se explica sin este legado; pero lastimosamente a veces los peruanos se pierden entre postales de Machu Picchu y nostalgias sobre pueblos originarios que casi desconocen. Por último, los primordialistas hallaran en esta etapa la base y esencia de la nación peruana.

 

¿Invasión o conquista?

 

Una discusión que alcanzo su mayor tono en 1992, fecha en la cual se cumplían los 500 años del “Descubrimiento de América”. Mientras debatían los defensores de “El encuentro de dos mundos” y los que denunciaban el “genocidio” perpetrado por los europeos; en el Perú se apostaba por la continuidad de la leyenda negra española y el posterior retiro de la estatua de Pizarro de la plaza mayor de Lima.

 

Historiadores como Juan José Vega consideraban que el término “invasión” describía mejor la brutalidad de la ocupación española en el Tahuantinsuyo. Mientras historiadores como José Antonio del Busto, señalaban que la palabra “conquista” implicaba resistencia de los atacados y esfuerzo de los atacantes (a diferencia del término  invasión que podía llevar al equívoco de que no hubo resistencia).

 

Sobre este asunto, el psicoanalista Max Hernández señala acertadamente que: Es difícil poner entre paréntesis el peso ideológico que gravita en los términos descubrimiento, encuentro de dos mundos, choque cultural, invasión, conquista, usurpación; basta con tener en cuenta que distan mucho de ser sinónimos. Cada uno de ellos cifra una lectura de la historia y juntos son como la gran punta del iceberg de un gran debate historiográfico en el que se juegan asuntos de gran calado que afectan el marco teórico de comprensión del acontecimiento. La opción entre los adjetivos “descubierta”, “inventada” o “hallada” no es inocente. (4)

 

Este debate evidentemente escapa a lo historiográfico; alcanza los profundos deseos de reivindicación de los “descendientes de los incas” (el cholo, el mestizo) y el rechazo visceral a los “hijos bastardos de Pizarro” (el mundo criollo o blanco). El discurso del mestizaje no alcanzó para reducir las profundas fracturas sociales de un país lleno de desigualdades, uno que aún ubica su desgracia en la conquista hispana.

 

La época virreinal por su parte es percibida como una simple edad oscura, un feudalismo americano o un periodo de coloniaje rapaz. La convulsa etapa de guerra entre la corona y los encomenderos, el declive económico del siglo XVII, Las reformas borbónicas y la decadencia del imperio español, serán poco visibles bajo esa mirada. Sin duda, un periodo constantemente citado, pero poco estudiado realmente por los peruanos. El desconocimiento total de las leyes de indias, el funcionamiento de instituciones como el Cabildo o la lógica de las reformas borbónicas, son evidentes. El discurso sobre la colonia siempre es en clave de denuncia e indignación y poco sirve estudiarlo para quien se erige como juez de la historia. Durante el Virreinato un orden señorial se impondrá, pero se operaran cambios dentro de la continuidad: el nacimiento de una identidad criolla por ejemplo. Una base inevitable de la peruanidad. (5)

 

La etapa republicana  

 

Periodo caracterizado por su inestabilidad política, su problemática económica y sus grandes males sociales (discriminación, explotación, marginación, etc.). Los historiadores denunciaran la presencia de un Estado empírico, ineficiente, clientelista y caudillesco. El principal historiador de esta etapa, Jorge Basadre, sintetizara su visión de este periodo a través de expresiones como:

 

a)       El Perú no es inca, ni español, ni criollo, ni mestizo, es una realidad más compleja.

b)       El Perú es un país de contrastes y de contradicciones. 

c)       La historia del Perú en el siglo XIX es una historia de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas. 

d)       La promesa republicana (una emoción de todos los hombres nuevos durante las campañas independentistas: “Hubo en ellos también algo así como una angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo. Esa angustia, que a la vez fue una esperanza, podría ser llamada la promesa”.

 

Basadre establecerá la periodificación más difundida de la historia republicana: primer, segundo y tercer militarismo, primer y segundo civilismo, reconstrucción nacional, etc. Así como también designara momentos históricos dados, tal es el caso de la época del guano a la cual denominara “Prosperidad Falaz” (prosperidad falsa). Nombre por momentos injusto frente a un periodo donde el dinero del guano permitió construir un verdadero aparato estatal (burocracias, ejército); invertir en proyectos tales como los ferrocarriles o la mejora urbana; así como desarrollar una firme política internacional. Lo más objetable de la era del guano, aparte de la gran corrupción,  es que acentúo el centralismo limeño (costa). Otro nombre asignado por Basadre, será el de “República Aristocrática”, lapso comprendido entre 1895 y 1919; designación que según el sociólogo Hugo Neira resultaría errónea para un modesto régimen de notables salido de una burguesía incipiente. Finalmente, otros han optado por llamarla “República Oligárquica”.

 

República sin ciudadanos (Flores Galindo), República embrujada (Alfredo Barnechea), República lobbysta (Manuel Dammert), República empresarial (Cecilia Méndez) o simplemente una República inacabada. Nos movemos todavía entre una “modernización tradicionalista” (Fernando de Tragzenies) y la presencia de grandes poderes fácticos (los poderes económicos por ejemplo).  Aún así, el proyecto republicano contiene luces y no sólo sombras; hoy poseemos una ciudadanía más empoderada, 25 años de democracia ininterrumpida y la vocación de preservarla. La proximidad del bicentenario de la independencia será la oportunidad de evaluar los avances frente a la “promesa de la vida peruana” (la construcción de una república).

 

 

Notas:

 

(1)     Según A. Trepat, dentro de la epistemología histórica de principios del siglo XXI, el tiempo histórico puede ser definido como la “simultaneidad de duraciones, movimientos y cambios diversos que se dan en una colectividad humana a lo largo de un periodo determinado”. Mientras para, R. Koselleck, el tiempo histórico es el núcleo epistemológico de la historia. Según este autor está conformado básicamente por dos componentes: cronología (historia estática), y la periodificación (historia dinámica).

(2)     La complejidad territorial y la gravitante de los andes en nuestro espacio geográfico, ha generado que arqueólogos como Federico Kauffmann Doig, propongan una división que describa mejor parte de nuestro relieve: andes costeños, andes cordilleranos, andes amazónicos.

(3)     Según Basadre, el indigenismo tiene varios momentos: a) Garcilaso y Bartolomé de las Casas (s. XVI); b) El “indigenismo hispanista” (misioneros, doctrineros, lingüistas); c) La bondad del hombre en estado natural (Montaigne, Rousseau); d) Reacción contra las tesis de la inferioridad y degeneración de los habitantes del nuevo mundo (De Pauw); e) Indigenismo de liberales y románticos en el siglo XIX; f) Los autores protestantes (anglosajones) que estudiaron con sentido crítico la obra de España en América (Prescott); f) Indigenismo indirecto de positivistas y marxistas; g) Indigenismo arqueológico (Max Uhle, Julio C. Tello); h) Indigenismo literario-político (Manuel González Prada); Defensores morales y legales del indio (Juan Bustamante, Pedro Zulen, Dora Mayer); i) Intelectuales y artistas regionalistas o serranistas del siglo XX. Jorge Basadre. La promesa de la vida peruana y otros ensayos. Editorial Juan Mejía Baca. Lima, 1958. pp. 57-58

(4)     Max Hernández. En los márgenes de nuestra memoria histórica. Fondo editorial de la USMP. Lima, 2012, pág. 75.

(5)     El nacimiento de la identidad indígena es el otro gran tema, al respecto el historiador Pablo Macera señala: “… hay un momento en el cual los conchucos, choquimarcas o huánucos, dejan de llamarse así y empiezan a designarse a si mismo indios del Perú. Esta autodesignación es, para mí, el resultado, en primer lugar, de la conciencia que adquieran de que, por muchas que fueran las diferencias que hubiera entre cada uno, esas diferencias eran menores que la gran diferencia que los separaba del grupo conquistador; y, en segundo lugar, se debió a que los propios españoles fueron incapaces de distinguir los diferentes grupos étnicos y, en globo, consideraron que todos formaban una sola colectividad. Paradójicamente, la conquista y la colonización constituyeron factores de integración de las diversas etnias andinas. Y la nación india (como la nación criolla) fue un sub-producto del coloniaje”. Pablo Macera. Conversaciones con Basadre. Mosca Azul Editores. Lima, 1979. Pág. 132

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