Velasco y la Revolución Ambigua
VELASCO Y LA REVOLUCIÓN AMBIGUA
El último jueves, revisando la prensa veía la curiosa coincidencia de dos columnistas, quienes aludían al general Velasco Alvarado en sus respectivos artículos. Los autores, ubicados en las antípodas políticas, daban testimonio de sus muy distintas percepciones del régimen velasquista.
En el diario La República, el sociólogo Sinesio López, señalaba:
El modelo neoliberal ha producido más ciudadanía que otros modelos. No es cierto. La reforma agraria de Velasco, al acabar con el gamonalismo y la servidumbre en el campo, produjo más ciudadanos que el neoliberalismo.(1)
Mientras en el diario Perú 21, el periodista Aldo Mariátegui, escribía:
En realidad, el probable culpable de que no hayamos ido a Alemania 74 fue Velasco, quien impidió con un veto que el muy buen arquero Ballesteros, ya nacionalizado peruano, tape por Perú. ¡Hasta en eso nos dañó Velasco!(2)
Ciertamente, el primero alude a un tema crucial, mientras el segundo a uno de tipo anecdótico. Lo interesante es ver cómo el gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), aún se encuentra muy presente en el imaginario histórico peruano. Las referencias y alusiones a él son constantes tanto en el medio social como político, y esto a pesar de haber transcurrido casi 40 años de su régimen.
Debemos reconocer sin embargo que 40 años son nada en términos históricos (aunque mucho en tiempo cronológico). Por ejemplo, en España, la memoria de Franco, es permanente y todavía polarizante. Ello debido tanto a lo prolongado de su dictadura como a lo notorio de su herencia histórico-política. Por nuestra parte, el velascato fue apenas un periodo de 7 años, pero de intensos cambios para el país.
Actualmente, la izquierda política reconoce su dimensión transformadora (revolución social), mientras la derecha política enfatiza su carácter autoritario y el fracaso en materia económica. Lo incuestionable es el impacto que ha tenido y tiene Velasco sobre el imaginario social peruano, ya sea a favor o en contra. Lo único que no genera Velasco es indiferencia.
El gobierno revolucionario
Como se sabe, el gobierno revolucionario de las FF.AA, se inauguro en 1968, tras el golpe de estado contra Fernando Belaunde Terry; y si bien su propósito era conformar un régimen institucional de las FF.AA, no pudo contra 150 años de caudillismo militar. De esta manera se personalizo el gobierno revolucionario en la figura de Juan Velasco Alvarado, jefe del comando conjunto (3).
Varias son las denominaciones que ha recibido este régimen: nacionalista, dictatorial, antiimperialista, antioligárquico, populista o revolucionario. Lo cierto es que se trato de un extraño experimento de militares reformistas que ejecutaron medidas de corte socialista. El historiador Peter Klarén, señala al respecto: “En retrospectiva, el GRFA (Gobierno revolucionario de las FF.AA) percibía que la desunión y el subdesarrollo constituían los principales problemas del país, siendo sus causas la “dependencia externa” del capital extranjero y la “dominación interna” por parte de una oligarquía poderosa. Esta era una vieja critica nacionalista y anti-oligárquica abrazada por los sectores progresistas de la clase media ya en la década de 1930, al fundarse el APRA, y expresada cada vez más por los nuevos partidos reformistas (por ejemplo Acción Popular y el Partido Demócrata Cristiano) surgidos en la década de los 60, conjuntamente con sectores de la Iglesia y de las mismas fuerzas armadas. La solución, según el GRFA, era la erradicación de los “enclaves del imperialismo extranjero” y el paso a un modelo económico de crecimiento y desarrollo autónomo en lugar de uno liderado por las exportaciones” (4). Los militares de este periodo, se habían formado en el CAEN (Centro de Altos Estudios Nacionales), donde habían absorbido ideas de corte progresista y de carácter nacionalista. Velasco se acompañaría a su vez de intelectuales diversos, quienes asumirían funciones gubernamentales o de propaganda política: Carlos Delgado (ideólogo principal), Augusto Salazar Bondy, José Matos Mar, Alberto Escobar, Hugo Neira, Martha Hildebrandt, etc.
Este experimento de reformismo por militares de izquierda, fue un desafío para las ciencias sociales de la época. Su carácter sui generis, lo hacía inclasificable, y solo se apelo a emplear etiquetas que iban desde gobierno populista hasta corporativo. La revolución de los 70s, fue la única revolución del siglo XX en términos políticos e impacto social. Represento el quiebre del esquema tradicional u oligárquico. Es difícil aún hoy caracterizar este periodo, las distintas denominaciones que ha recibido nos dan una idea: revolución desde arriba, revolución burocrática, revolución por decreto, revolución ambigua, etc. Fallan sin embargo, aquellos que la etiquetaron de fascista en su momento.
Principales alcances
Hacia los años 60s existía un nuevo espíritu entre la oficialidad militar peruana. El veto al APRA ya no era por su radicalidad, sino por su conservadurismo. Para muchos representaba el principal obstáculo en la realización de las grandes reformas estructurales. Por otro lado, el estallido de los movimientos guerrillero de esa década, tuvo un notable impacto en la mentalidad del cuerpo de oficiales. La pobreza y miseria de la sierra y el campo en general, evidenciaba la interrelación entre desarrollo económico y seguridad nacional. La decepción frente al tibio reformismo de Belaunde, más allá de los obstáculos que tuvo este, preparó las condiciones para un militarismo de corte izquierdista o lo que ha sido llamado una “modernización a palos”. Finalmente, el asunto de la soberanía sobre los recursos, en el caso de la IPC (Internacional Petroleum Company), desembocó en el inicio de un proceso cambios reales pero inevitablemente llenos de retórica nacionalista.
El asunto de la seguridad nacional, visto en términos desarrollistas y no solo geopolíticos o militares, marcó este periodo. Curiosamente los principales conceptos de este reformismo habrían sido tomados de la Democracia Cristiana, sobre todo la idea de la “tercera vía” entre el capitalismo y el comunismo. Un hombre clave en esta etapa fue Héctor Cornejo Chávez, destacado parlamentario y fundador de la democracia cristiana en el Perú, quien asumiría funciones gubernamentales vinculadas al control de la prensa.
Se trato también de una revolución sin programa político claro (este se elaboro sobre la marcha), el cual fue suplido por lineamientos generales orientados a una gran transformación (Plan Inca). Para el gobierno velasquista la desunión y el subdesarrollo constituían los principales problemas del país; por ello una agenda nacionalista y antioligárquica era imperativa, esto sumado a un plan de erradicación de los enclaves imperialistas extranjeros. Klarén señala que: “Para alcanzar estos objetivos desarrollistas fundamentalmente populistas, el nuevo gobierno militar pedía que se estableciera una solidaridad social y la armonía entre las clases bajo la tutela del Estado. Semejante plan corporativista estaba sustentado por el pensamiento católico de Santo Tomás de Aquino, Thomas more, Francisco Suárez y el Papa León XIII, quienes percibían que la función del Estado, además de conservar el orden, era promover activamente el bien común (…) Este enfoque católico-corporativo de la “reforma desde arriba” sirvió además para desviar las acusaciones hechas por la oposición conservadora de la existencia de tendencias “comunistoides” en el GRFA y prevenir el posible estallido de los desordenes populares que usualmente acompañan a las transformaciones revolucionarias” (5).
La reforma más ambiciosa e importante del “septenato”, fue sin duda la Reforma Agraria de 1969; la cual afecto a casi el 60% de las tierras agrícolas del país, redistribuyendo aún más que la revolución mexicana o boliviana. Bajo la histórica frase: “Campesino, el padrón no volverá a comer de tu pobreza”, Velasco anuncio el 24 de junio de ese año, el famoso Decreto Ley 17716, el cual eliminaba las tradicionales haciendas. Esa fecha se convertía a su vez en el “Día del campesino”, reemplazando así a la vieja denominación de “Día del indio”, debido a la connotación despectiva que traía la expresión, según el régimen.
Con influencias que iban desde el cooperativismo demócrata cristiano, pasando por el colectivismo marxista, hasta llegar al tradicional comunitarismo andino basado en el Ayllu; la reforma tuvo tres objetivos: a) eliminar a la tradicional aristocracia terrateniente (hacendados costeños y gamonales serranos); b) eliminar todo potencial descontento e insurgencia campesina; y c) mejorar la eficiencia productiva de la agricultura; esta última capaz de generar un excedente de capital para ser reinvertido en la industrialización urbana. Por otro lado, la posterior creación de cooperativas agrarias, por ejemplo las azucareras de la costa norte, habrían tenido también una importante finalidad política: “eliminar el poder político de la oligarquía azucarera largo tiempo reinante y minar al viejo Némesis del ejercito –el Partido Aprista – cuya base política (el “solido norte”) descansaba sobre la fuerza laboral organizada de las plantaciones”. (6)
En ese escenario se afianza también el gran proyecto nacional y cultural del Estado. Con medidas como la declaración del quechua como idioma oficial o la permanente exaltación de la grandeza del incario, se intento construir una identidad nacional anclada en el indigenismo de Hildebrando Castro Pozo y otros autores. Túpac Amaru II se convirtió en la imagen o símbolo de la revolución, mientras cierta historiografía construía una narrativa que afirme los valores de la nación. La búsqueda desesperada de una identidad nacional pasaba necesariamente por lo andino, aunque sin descartar lo criollo. El Perú un país históricamente fragmentado, requería elementos que lo cohesionaran; el primer paso era establecer reivindicaciones socio-económicas que lo dignificaran y el segundo promover la aceptación de nuestras “raíces culturales”. (7)
Significado histórico del velasquismo
Se ha señalado con razón que es difícil buscarle un símil en Latinoamérica a esta revolución. Su excepcionalidad constituyo un desafío teórico (8). Lamentablemente la simplificación ejerció su dominio y se desvaloro muchos elementos interesantes de esta etapa de gran transformación. Desde una mirada estrictamente histórica, los años 60s y 70s son todavía un periodo donde se cree que el poder público es decisivo para escapar del subdesarrollo. La formación de un Estado intervencionista, responde a una época, donde se concibe que el mercado y la iniciativa privada, no son generadores directos de bienestar general. Por otro lado, sería anacrónico exigir criterios de desregulación de la economía, cuando estos recién se aplicaron en los 80s en el mundo (Reagan, Thatcher).
En los 70s el Perú conformo una maquinaria estatal aterradora, donde se intervenía primero y se explicaba después. Una suerte de “autocratismo modernizante” en palabras de Vicente Santuc. Lo más significativo no habrían sido las reformas mismas sino la democratización social, la construcción de una ciudadanía en medio de una revolución que evidentemente restringió libertades. Se ha dicho que el velasquismo sacudió a los diferentes países que hay en el Perú; evidencio también en el tiempo que el país era más colonial de lo que se creía (la añoranza a las estructuras señoriales).
El sociólogo Hugo Neira, a la luz de la distancia, ha señalado que: “El velasquismo separa el antes y el después de la vida peruana. No es una ruptura, es la ruptura (en un país que no ha conocido muchas, ni la independencia, ni la misma catástrofe de la guerra con chile)”. Agrega, “En 1968 se enterró la colonia, el “Ancien Régime” y no solo al Estado oligárquico”. Más allá del juicio categórico del autor, es indudable que el Perú no volvió a ser el mismo. A partir de Velasco, el Estado peruano, no pudo invisibilizar más a los pobres (campesinos, humildes, cholos, etc), y tuvo que incorporarlos plenamente a la vida política del país. No hubo marcha atrás. El Perú democratizado de la década de los 80s en adelante, se explica no por el fin del velasquismo sino por el fin de la oligarquía (9).
Notas:
(1) Diario La República. Mitos neoliberales. Lima, 12 de junio del 2014. http://www.larepublica.pe/columnistas/el-zorro-de-abajo/mitos-neoliberales-12-06-2014
(2) Diario Perú 21. Hace 40 años. Lima, 12 de junio del 2014. http://peru21.pe/impresa/hace-40-anos-2187287
(3) Nacido en Castilla, un suburbio de clase baja de la ciudad de Piura, Juan Velasco Alvarado fue uno de once hijos que vivieron en “digna pobreza”. Siendo muy joven fue aceptado en la Escuela Militar de Chorrillos, donde alcanzo los primeros puestos y grandes distinciones. Los puntos fuertes de Velasco parecen haber sido una aguda habilidad para medir el talento, sus inclinaciones políticas y la lealtad potencial de sus camaradas. Al no mostrar un gran don intelectual no fue escogido para asistir al prestigioso CAEN (Centro de Altos Estudios Nacionales), y por ello destaca más como comandante de tropas antes que como oficial de estado mayor. “Velasco aparentemente admiraba al General De Gaulle, a quien conoció siendo agregado militar en París, no tanto como héroe militar sino como soldado-político, ya que estabilizó al endeble gobierno francés mediante un fuerte liderazgo”. Peter Klarén. Nación y sociedad en la historia del Perú. Lima: IEP, 2004. Pág.412)
(4) Ibíd., p. 414
(5) Ibíd., p. 415
(6) Ibíd., p. 420.
(7) En 1977, en lo que constituyó su última entrevista previo a su fallecimiento, Velasco respondía al periodista César Hildebrandt sobre lo que fue el objetivo de su gobierno: Hacer del Perú un país independiente y cambiar las estructuras para que el Perú se desarrollara con independencia, con soberanía. No un país vendido, de rodillas. ¿Cómo era aquí? ¡Aquí mandaba el embajador americano! Cuando yo era presidente, el embajador tenía que pedir audiencia y yo lo manejaba a seis pasos. Yo los fregué. Yo boté a la misión militar americana. Más adelante añadía: ¿Rencor?, ¿contra quién? ¡Contra nadie! Yo no di ningún golpe. Yo llevé una revolución. Fue una revolución bien planteada. Porque nosotros entramos de frente a actuar, a operar con velocidad. Nosotros hemos hecho cuántas cosas a una velocidad espantosa. Yo sabía que en cualquier momento me botaban. Porque aquí en el Perú, fatalmente, la oligarquía nunca muere. En la parte final señalaba: La revolución se ha dado el gusto de hacer las transformaciones que no hicieron los civiles. Los civiles tuvieron 150 años en el gobierno y no las hicieron. Por eso es que la Fuerza Armada tuvo que hacer la revolución. El consuelo que tengo es que la revolución hizo vibrar. Porque hasta los enemigos nuestros vibraron de contento cuando… (Velasco llora discretamente, apenas tiene voz para terminar) recuperamos Talara. Cuando recuperamos Talara hicimos vibrar hasta al mismo Ulloa… ¿Qué yo tenga amargura contra nadie…? ¡Contra nadie!. Revista Caretas, 03 de febrero del 1977. http://clioperu.blogspot.com/2013/08/testimonio-del-general-juan-velasco.html
(8) El latinoamericanista Dirk Kruijt, señala que Velasco puede ser comparado con modernizadores progresistas como Atatürk, en Turquía, Lázaro Cárdenas en México, Nasser en Egipto, Torrijos en Panamá y Sankara en Burkina Faso. En América Latina, Velasco es el último representante de la tradición establecida por Calles y Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas en Brasil y los Perón en la Argentina. Instituto de Defensa Legal (IDL), serie: Democracia y Fuerza Armada. N° 9, La Revolución por Decreto: El Perú durante el gobierno militar. Lima, 2008. Pág. 314. La principal discrepancia con esto sería la inexistencia de un proyecto político partidario en Velasco. Sin embargo su tipo de reformismo guarda relación directa con los líderes mencionados.
(9) Hugo Neira. Hacia la tercera mitad. Perú XVI-XX. Ensayos de relectura herética. Lima, Universidad Inca Garcilaso de la Vega. 2009. pp. 522-523.
Este es un tema que no se acabará hasta que demos cuenta de otras cosas, creo: el Perú sigue fragmentado, la identidad nacional sigue siendo un proyecto más que un a serie de referentes imaginarios, persisten al día de hoy oligarquías económicas que pueden hacer y deshacer el país a voluntad, y seguimos hablando del éxito o fracaso de un gobierno en función a su desempeño económico.
El Perú es un país fragmentado. Entiendo del artículo que la consigna por la unión de todxs lxs peruanxs apunta a algo diferente del hecho constatable y cotidiano de la desigualdad e injusticia social; hay algo en lxs peruanxs (y sobre todo en los capitalinos) que nos dirige hacia la fragmentacion. Antes de ser un país fragmentado, somos un país fragmentador. Los que acusan a Velasco de tratar ingenua y, tal vez, cruelmente de superar este espíritu fragmentador desde “arriba” (burocráticamente, autoritariamente) no dejan de tener razón. Pero, una vez indicado el problema, ¿no somos tanto o más responsables como Velasco por persistir en el discurso del Estado Nación y, al mismo tiempo, no hacer nada o poco por erradicar la gama de discursos disruptivos (racismo, clasismo, sexismo, etc.)?
¿Qué referentes o discursos nos conciernen a todos los peruanos? No hay discursos absolutos, pero toda estructura dominante en una sociedad se valida discursivamente. ¿Qué discursos nos validan, nos estructuran socialmente “desde arriba”? Orden, mano dura, progreso (económico), emprendedurismo (MarcaPerú, por ejemplo), promoción de la inversión privada, inclusión social. Si bien estas cosas tienen que ver más con políticas de estado, estas políticas no tendrían sentido de ser sin una demanda social por ellas. Si esto es así, ¿no demandamos lo que no tenemos? ¿no queremos estas cosas precisamente porque estamos desordenados, victimizados, “atrasados”, empobrecidos, carentes de capital y patrimonio, y marginalizados? Son dos puntos los que le conciernen directamente a Velasco: la Reforma Agraria del 69 fue un intento (¿fallido?) de empoderar a comunidades tradicionalmente vulnerables, la propaganda nacionalista fue un intento de visibilizar lo que había estado tradicionalmente marginalizado. Si estas políticas hubieran tenido éxito, ¿habría sido tan fácil que SL y MRTA fueran alternativas atractivas para los estudiantes (muchos de ellos, hijos de campesinos), intelectuales, campesinos y obreros? Morales y Belaúnde vieron el tema, pero con ellos no es el roche. Velasco nos toca porque estos temas -entre otros- siguen siendo problemas, nos interpelan, y fue Velasco quien los visibilizó.
Los otros dos temas, las oligarquías y la política economicista, los dejo abiertos. Creo que ameritan diálogo.
Una vez le preguntaron a Octavio Paz, si el nacionalismo era un bien o un mal. El respondió que el nacionalismo puede ser tanto destructor como creador. Ha sido el origen de muchas tiranías y responsable de las guerra modernas. Pero Paz, también señalaba que al nacionalismo “le debemos casi todas nuestras instituciones, entre ellas la mayor de todas: el Estado nación. La lengua, la literatura, las artes, las costumbres, en fin todo lo que llamamos cultura”.
Creo que hay mucho de criticable en Velasco, pero también de rescatable. Posee ese carácter contradictorio del populismo: inclusivo y excluyente. Su discurso fue reivindicativo (social y económicamente) frente a los más humildes: indios, campesinos, obreros. Pero restrictivo en los derechos políticos y civiles de todos. Visibilizo a los peruanos de abajo y extendió la ciudadanía. Su discurso responde a la época: izquierdismo, dependentismo, nacionalismo.
Dejo una profunda huella en la gente, aunque también una gran herida en los sectores identificados con la oligarquía nacional. Su proyecto nacional es ya anacrónico, pero no peor que el del Estado neoliberal que nos rige actualmente.
Saludos Gonzalo.