Sobre la nación y el nacionalismo.

Defending_the_Polish_banner_at_Chocim,_by_Juliusz_Kossak,_1892

Pintura polaca (1892) exaltando la defensa de la bandera durante la histórica batalla de Chocim.

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SOBRE LA NACIÓN Y EL NACIONALISMO

 

“Es el nacionalismo el que engendra las naciones y no al revés”.

Ernest Gellner (1).

 

La palabra nación se ha usado desde hace muchos siglos, pero el sentido que le atribuimos hoy, se remite a los siglos XVIII y XIX, época de las grandes revoluciones: liberal, industrial y burguesas; o sea corresponde al proyecto de la modernidad y la construcción de los Estados nacionales. Solemos entendemos por nación como: “una comunidad estable, fruto de la evolución histórica, de lengua, territorio, vida económica y composición psicológica que se manifiesta en una comunidad de cultura” (Joseph Stalin, 1912). Pero como señala el historiador inglés Eric Hobsbawm, las definiciones objetivas de nación han fracasado, esto debido a la presencia de “excepciones” a la hora de establecer criterios comunes. (2)

 

Numerosos son los autores que han reflexionado sobre esta temática y valdría la pena recoger algunas de sus definiciones o ideas (3):

 

El filósofo y antropólogo francés Ernest Gellner nos brinda un concepto, que calificó él mismo de provisional e insuficiente: “Dos hombres son de la misma nación si comparten la misma cultura, entendiendo por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta y comunicación”. Para este autor, dos hombres son de la misma nación siempre y cuando se reconocen como pertenecientes a esa misma nación (Nations and Nationalism, 1983).

 

Por su parte el historiador y politólogo Benedic Anderson, nos señala de manera concisa, que una nación es una comunidad política que se imagina como inherentemente limitada y como soberana (1983).

 

Destaca también la aproximación del filósofo israelí Avishai Margalit, quien discute el papel principal de la memoria en formar naciones: “(Una nación) se ha definido como una sociedad que alimenta un embuste sobre los ancestros y comparte un odio común por los vecinos. Por lo tanto, la necesidad de mantener una nación se basa en memorias falsas y el odio a todo aquél que no lo comparte.” (La Ética de la Memoria, 2002).

 

Finalmente, quizás cabria mencionar a Max Weber, para quien la Nación “es una comunidad de sentimiento que normalmente tiende a producir un Estado”. (Sobre la construcción del Estado-nación hablaremos en otro artículo).

 

Sobre estas definiciones, cabría mencionar primero que para Gellner la nación moderna y la nación industrial son uno solo.

 

Por otro lado, habría que añadir que Anderson, sostiene que la nación es una comunidad política que se imagina como soberana porque el concepto de nación apareció en una época en la que la Ilustración y la Revolución Francesa habían destruido “la gracia de Dios” como fuente de legitimidad del reino dinástico, teniendo que recurrir a la nación como nuevo fundamento de legitimidad (Bernat Castany-Prado).

 

La propuesta de Avishai Margalit nos permite reflexionar sobre la construcción de la idea de nación a partir de mitos, historias o simplemente ficciones compartidas; así como la presencia del “otro”. Como diría Renán en su famoso discurso sobre la nación (1882): “interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación”.

 

La definición de Weber, implica reflexionar sobre el Estado moderno, el cual se funda en el principio de la nacionalidad (legitimarse a partir de una nación preexistente o en formación).

 

La nación contractual o voluntarista y la nación primordialista

 

El sociólogo peruano Hugo Neira, en su libro ¿Qué es Nación? (2013), nos recuerda que los franceses revolucionarios invocaron, para legitimarse políticamente, la idea de pueblo soberano, mientras en el caso alemán se recurrió al concepto de Volk. O sea la primera nos remite a la idea de un contrato social libre (voluntad general), mientras la segunda a los vínculos de tradición o sangre. Neira señala en su texto que: en una perspectiva moderna, la idea de nación se decide por “libre adhesión o voluntad” de una comunidad política… no se ignora los nexos de nacimiento, raza, territorio o historia, sino que se prefiere que emerja una nación a partir de “un conjunto de ciudadanos contratantes”. Quizás el mayor ejemplo de nación contractual aparte de Francia, sea el de los Estados Unidos de Norteamérica, la cual se erige como comunidad política y particularmente como voluntad moderna ajena a la idea de pasado común. En el caso de la nación alemana, como ya se apuntó, esta se constituye sobre vínculos orgánicos-naturales, o sea nacidos históricamente en una comunidad viva (Diccionario Axal). A esta concepción Neira la denomina diferencialista o culturalista  (“primordialista” según los principales teóricos).

 

El politólogo peruano Alberto Vergara, nos explica que la tradición contractualista teorizó el Estado como el producto de un pacto político entre individuos racionales. Individuos que cedían sus derechos a un tercero (Hobbes) y donde desaparecen las voluntades individuales (Rousseau). Estos contratos sociales entre individuos es la base del Estado, aquello luego llamado Nación. La Nación como colectivo de ciudadanos iguales ante la ley, emancipado de ataduras gregarias y guiado por la razón (Abate Sieyes). “En definitiva, la primera constitución francesa de 1790 adoptó estas visiones voluntaristas de la ciudadanía y la nación, y buena parte de la modernidad ha convivido con ellas, reproduciéndolas en distintas partes del globo. Por ejemplo en el Perú, hasta hoy tenemos una disposición constitucional que permite acceder a la nacionalidad peruana. Ella no está restringida por algún vínculo histórico, comunitario o sanguíneo, sino que está abierta en caso alguien quiera o necesite formar parte de la nación peruana” (Vergara: 38).

 

Vergara, describe que a esta idea ilustrada y cosmopolita de la nación, le sucedió una romántica o comunitaria. Una idea de Nación de tipo cultural (Berlín, 1979), encarnada en el gran movimiento cultural y filosófico que significó el origen de Alemania. “Una Nación estaba unida por una cultura, era producto de sus poetas, religiosos y artistas. No era el legalismo contractual lo que podría dotar a un país de base social. La Nación era una esencia de continuidad histórica que se lleva en la piel, a la que uno no adhiere como una decisión más de la vida. Nada encarnaba con tanto vigor esta continuidad histórica de la Nación como la lengua. El idioma transportaba los anhelos de la nacionalidad y los rigores de la historia. Uno nunca podría devenir alemán; ser alemán es una marca comunitaria, no una opción como creen del otro lado del Rhin. En este tipo de pensamiento el individuo no puede aislarse de la comunidad, tiene unos vínculos constitutivos, para decirlo con el vocabulario de Michael Sandel (1982)”. (Vergara: 39)

 

Lo relevante para Vergara es apreciar que tanto para la vertiente sentimental de la nación como para la vertiente racional, el Estado aparece como algo posterior a la nación. Esto se condice con la evidencia histórica donde el Estado siempre precedió a la nación y jamás a la inversa. Son los Estados los que crean a las naciones como afirma Gellner. “El mito de la Nación liberal pactada entre individuos racionales o el mito de la Nación como comunidad cultural histórica son eso, mitos… La Nación no es un producto espontáneo, sino el resultado de una necesidad estatal en la era industrial… el Estado concibió la necesidad de tener Nación, vale decir, una población homogénea y vinculada al Estado por necesidad. El vehículo para lograr tal homogeneidad fue la educación”. (Vergara: 40-41)

 

La nación implicará además, una carga emocional muy intensa, que establece un principio de cohesión que ni el feudalismo, ni las monarquías o imperios, ni la iglesia habían alcanzado. (Neira: 35). Esta cohesión permitirá a su vez la construcción, elaboración o afianzamiento de un proyecto común; uno de los fundamentos del Estado-Nación.

 

La historia nacional

 

Renán definía a la nación como una voluntad colectiva, asentada sobre tres columnas: el pasado, el presente y el futuro. La primera caracterizada como la: “posesión en común de un rico legado de glorias compartidas, articuladas tanto sobre recuerdos como sobre olvidos” (1882). Si el Estado requiere de una nación única y soberana para legitimarse, esta requiere de la invención de una historia común. Es así como durante la modernidad, surgen los historiadores profesionales y las respectivas historias nacionales. Historias enmarcadas en el contexto del romanticismo y el positivismo. Del primero se desprenderá un culto al origen (leyendas, zagas, relatos fundadores), así como también la exaltación al heroísmo de los antepasados y por extensión al heroísmo popular, tal es el caso de Alemania, donde la literatura y artes ocuparan un lugar central en la construcción de un imaginario nacional; Francia no será ajeno a ello, es así como de a través de Michelet tenemos: la concepción de la historia de un pueblo como un todo unitario que va desenvolviéndose desde un momento original hacia un destino, y que se manifiesta en la identidad armónica del alma nacional (Quijada: 1996).

 

El positivismo a su vez “describía” científicamente el desarrollo de las naciones, bajo la noción de progreso y linealidad. Detrás del disfraz de objetividad habría un proyecto de legitimación histórica, donde la retórica nacionalista se confunde con pensamiento científico y genera una afirmación nacional (4). Es así como se construyen las historias nacionales, entre mitologías y visiones selectivas del pasado.

 

Durante el siglo XX, la nueva historiografía quiso distanciarse de las historias nacionales. Sin embargo la vigencia de los relatos históricos nacionales es incuestionable. La escuela, el ejército, la iglesia, los partidos políticos, los diarios, la televisión, entre otros, se encargaron de perpetuar imágenes del pasado, donde los hechos y la verdad no siempre coincidían. Las disputas por la historia son la constante, es el terrero de las subjetividades y las pasiones políticas. El relato escolar sobre la historia es decisivo; no es de extrañar que el historiador francés Marc Ferro en su obra ¿Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero?, nos diga: “No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia”.  La historia nacional ocupa un lugar central en el currículo escolar, tanto en países desarrollados o en vías de desarrollo.

 

El debate sobre el nacionalismo

 

El nacionalismo ha sido objeto de numerosas críticas. El siglo XX fue el siglo del nacionalismo, pero también de las grandes guerras mundiales. El siglo de los fascismos: italiano, alemán, español. Centuria de ascenso de los discursos de odio. En sus diversas expresiones: nacional-socialismo (Nazi), nacional catolicismo (Franco), nacionalismo étnico (países africanos), nacionalismo imperialista (EE.UU), etc. el nacionalismo ha justificado horrendos crímenes contra la humanidad.

 

Para algunos, el nacionalismo es simplemente una ideología filosóficamente débil y rudimentaria. Las identidades nacionales finalmente no dependen de la realidad histórico-social, sino que son construidas por la ideología nacionalista propugnada por los Estados modernos e incluso pre-modernos.

 

El destacado filósofo español Fernando Savater es uno de los mayores críticos del nacionalismo y sus consecuencias. Dos frases suyas destacan o perduran:

 

“Ser internacionalista es estar racionalmente convencido de que la división en naciones -que no tiene nada de natural- no hace sino impedir la emancipación humana y que el mito patriótico-nacional sirve siempre para legitimar en el poder a la oligarquía más abyecta y rapaz”.

 

“El nacionalismo en general es imbecilizador, aunque los hay leves y graves, los del forofo del alirón y el que se pone el cuchillo en la boca para matar. Hay gente sin conocimientos históricos, el nacionalismo atonta y algunos son virulentos. Afortunadamente en Cataluña la situación es diferente a la del País Vasco, aunque esa minoría es una alarma que nos dice que algo hay que hacer. El nacionalismo es una inflamación de la nación igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice”.

 

El otro gran detractor del nacionalismo es el escritor Mario Vargas Llosa, quien incluso llego a referirse a este en su discurso de recibimiento del premio nobel en el año 2010:

 

“Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales. No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver”.

 

La argumentación contra el nacionalismo o nacionalismos es irrebatible; sin embargo para algunos es importante ubicar al nacionalismo en una posición menos satanizada. Recuérdese que fue el nacionalismo el que permitió la gran revolución hispanoamericana del siglo XIX, así como los procesos de descolonización del siglo XX. Fue el nacionalismo el que origino Estados modernos como Alemania e Italia a través de la unificación nacional. Es claro que sin el nacionalismo, Europa seguiría atada a los viejos imperios y monarquías absolutistas.

 

El nacionalismo económico significó la recuperación de recursos naturales para los países controlados por grandes intereses extranjeros. No es posible pensar en México sin Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera. O actualmente Bolivia sin la nacionalización del gas realizada por el gobierno de Evo Morales. El nacionalismo económico desemboca en populismo, pero no puede negarse que muchas veces dignifica pueblos históricamente sometidos.

 

El nacionalismo constituye un instrumento político por excelencia. Pero también genero proyectos nacionales ambiciosos en diferentes países, tal es el caso del Perú, donde Manuel Pardo y Lavalle (s. XIX) buscó acabar con los nacionalismos militaristas e impulsar una “República Práctica” basada en un civilismo nacionalista, impulsor de la educación y la modernización económica. Hacia el siglo XX, el proyecto nacionalista y antiimperialista de Velasco Alvarado, permitió transformar las estructuras sociales de un país anclado en formas semi-feudales y predominio de enclaves extranjeros (minería, petróleo, etc.). Más allá de las limitaciones del nacionalismo; debe destacarse que los grandes Estados liberales modernos no han renunciado a este y que su desarrollo se explica en gran medida en políticas nacionalistas, tal es el caso del Reino Unido, Japón, Francia, entre otros países democráticos.

 

Ciertamente un abismo separa al nacionalismo expansionista y criminal de EE.UU, Israel y Rusia, de los proyectos nacionales democráticos de muchos países en el mundo. Lamentablemente hoy, países como Chile conservan un nacionalismo armamentístico peligroso, que limita su desarrollo e incluso el de la región. A pesar de ser uno de los Estados que más se ha modernizado en términos generales, no puede renunciar a una historia que coloca como lema de su escudo nacional, la frase: “Por la razón o por la fuerza”.

 

La fiesta chauvinista, xenofóbica y patriotera es la constante en países como los nuestros. Sin embargo, tampoco podemos ser ingenuos y renunciar a intereses nacionales dados, y políticas que limiten el intervencionismo foráneo, como el de los organismos financieros internacionales. Hoy sabemos también, que el nacionalismo extremista puede llevar a la desintegración de los países, pero justamente políticas moderadamente nacionalistas y firmemente democráticas también pueden impedirlo. Una vez le preguntaron a Octavio Paz, si el nacionalismo era un bien o un mal. Él respondió que el nacionalismo puede ser tanto destructor como creador, que ha sido el origen de muchas tiranías y responsable de las guerra modernas. Pero Paz, también señalaba que al nacionalismo “le debemos casi todas nuestras instituciones, entre ellas la mayor de todas: el Estado nación. La lengua, la literatura, las artes, las costumbres, en fin todo lo que llamamos cultura”.

 

Notas:

 

(1) Gellner lo afirma también de este modo: “El nacionalismo no es el despertar de las naciones hacia su conciencia propia: inventa naciones donde no las hay”.

 

(2) La palabranación proviene del latín nātio (derivado de nāscor, nacer), que podía significar nacimientopueblo (en sentido étnico), especie o clase. Escribía, por ejemplo, Varrón (116-27 a. C.): Europae loca multae incolunt nationes (“Son muchas las naciones que habitan los diversos lugares de Europa“). En los escritos latinos clásicos se contraponían las nationes (bárbaros, no integrados al Imperio) a la civilitas (ciudadanía) romana. Dice Cicerón: Todas las naciones pueden ser sometidas a servidumbre, nuestra ciudad no.

 

(3) Hobsbawm señala que el concepto de nación es muy joven desde el punto de vista histórico. Antiguamente aludía a una unidad étnica, pero en el uso reciente recalca la unidad política. Es así como durante la historia moderna la misma palabra podía significar simultáneamente cosas muy diferentes. Hoy en día, en el lenguaje cotidiano, la palabra nación es tomada como sinónimo de país, comunidad, Estado, pueblo o sociedad.

 

(4) El estudioso boliviano Luis Claros, señala al respecto que: “El discurso histórico imprime una interpretación valorativa a sus “descripciones”. Estas interpretaciones valorativas tienen estructuras binarias expresando las oposiciones fundamentales del pensamiento occidental: bueno/malo, superior/inferior, etc. De esta forma, criterios como desarrollado/subdesarrollado, progreso/atraso, racional/irracional terminan tejiendo la trama de sentido en la cual determinada insurgencia adquiere significación”. Colonialidad y violencias cognitivas (2011). Recordemos además que el siglo XIX, es la época del racismo científico, donde se busca demostrar los “altos grados civilizatorios” de determinados pueblos europeos.

 

Bibliografía:

 

ANDERSON, Benedict, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Verso, Londres y Nueva York, 1991, ed. revisada; publicado por primera vez en 1983. Traducción española: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.

 

FERRO, Marc, Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero; FCE, México, 1995.

 

GELLNER, Ernest. Naciones y nacionalismo. Madrid, Alianza Editorial, 1988.

 

HOBSBAWM, Eric, Nations and Nationalism since 1780, Cambridge University Press, Cambridge, 1990. Traducción española: Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 2004.

 

NEIRA, Hugo, “¿Qué es nación?”. Fondo editorial de la universidad San Martín de Porres. Lima, 2013.

 

VERGARA, Alberto. Ni amnésicos ni irracionales. Las elecciones peruanas de 2006 en perspectiva histórica. Solar, Lima, 2007.

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