El hogar tecnificado. Preguntas a Inés Pérez

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El libro por el que le preguntamos a Inés Pérez, El hogar tecnificado. Familias, género y vida cotidiana 1940-1970, tiene sus grandes temas en el título y conversa con los lectores sobre la modernidad y sobre las ensoñaciones que la dibujan. A partir de entrevistas personales y, sobre todo, de un dominio de los campos disciplinares que se ocupan de lo concerniente al habitar, Inés Pérez reflexiona sobre la gestación de un modelo de domesticidad que ligó el confort con el consumo de nuevas tecnologías y artefactos. Cómo esas transformaciones dieron lugar a formas cristalizadas de sentir y pensar la familia, los proyectos de vida y la sexualidad es un interrogante que este libro comparte con muchas otras investigaciones que merodean sobre esas experiencias y saberes para la Argentina del Siglo XX.

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NQ: ¿Cómo llegaste a pensar tu investigación en torno a la problemática de la “tecnificación del habitar”? Supongo que esa idea no estaba en los comienzos de tu trabajo…
IP: No, claro. Al principio me interesaba hacer una historia de la familia y de la vida cotidiana a partir de historias de vida. La mirada sobre la tecnificación del hogar vino después, cuando empecé a ver que mis entrevistados investían a los artefactos domésticos de sentidos que trascendían sus usos instrumentales, y que aludían a un imaginario más vasto respecto de la modernidad y la tecnología. Hablar de las transformaciones en las condiciones materiales del hogar, por otra parte, me permitía hacer preguntas más precisas sobre la cotidianeidad, que habilitaban la puesta en discurso de cosas que de otro modo mis entrevistados no describían: cómo se lavaba la ropa o cómo se limpiaban los pisos, por ejemplo, y cómo esas prácticas rutinarias habían cambiado en el tiempo. En los relatos de esas prácticas empecé a ver que en ellas se cifraban identificaciones sociales y marcas de distinción que no sólo eran de género sino también de clase y que se articulaban de maneras complejas.
Mi idea original, por otra parte, era cruzar los relatos de vida con otro tipo de discursos, como los de distintos medios de comunicación y en particular algunas revistas. Ahí también los artefactos domésticos tenían una enorme centralidad, sobre todo en las publicidades, aunque también en consejos para el ama de casa y en proyectos para que los varones realizaran en el hogar. Esos discursos hacían inteligibles las formas en que mis entrevistados hablaban de los artefactos y mostraban, además, una distancia que me permitía problematizar las apropiaciones de discursos y objetos mirándolos desde un escenario particular como es el de Mar del Plata.
NQ: Las relaciones entre tecnologías domésticas, las experiencias y las memorias del habitar y el género son muy fuertes y a la vez difíciles de tramar en una narrativa de causa-efecto. Por otro lado, la ciudad, la clase y los medios de comunicación multiplican las derivaciones de la reflexión. En tu libro la imaginería, que pienso como algo parecido a un flujo de representaciones multisensoriales sobre lo que es vivir, es fundamental para pensar los procesos históricos. No solo “aparece” en los discursos de las personas entrevistadas sino como “aura” de los bienes que circulan en los medios de comunicación, en los hogares, en la publicidad, etc. Creo que en los últimos años hay muchas investigaciones que no disocian, que no separan tajantemente las cosas materiales (relacionadas en ese esquema con procesos sociales) de las ensoñaciones (relacionadas con expectativas de clase o generación, modas, elementos de distinción, etc.) ¿Qué aspectos cambian en el panorama historiográfico a partir de estos nuevos enfoques?
IP: Sí, hay algo que trasciende el “valor de uso” de esos objetos, como lo llamaría Baudrillard, y que remite a ese aura de la que hablás, que es lo que resulta más atractivo para trabajar, sobre todo en los relatos de vida. Mi intención fue correrme de esas narrativas causa-efecto, y más bien tratar de rastrear las relaciones intertextuales entre distintos tipos de discursos y las diferentes temporalidades para los cambios que eran narrados a partir de la descripción de esos objetos.
Hay una larga tradición de estudios que presentan los objetos en esta clave, sobre todo desde la antropología. Clásicos, como el libro de Mary Doulgas y Baron Isherwood, o textos más recientes, como los de Colin Campbell o Daniel Miller, para mí fueron lecturas clave. En términos historiográficos, en particular en la Argentina, esta lectura del consumo en una clave que no disocia la materialidad de las ensoñaciones, está ganando fuerza en los últimos años. En mi opinión, este tipo de enfoques se cruza con otros que también están ganando fuerza ; los que proponen otras aproximaciones a la construcción de identidades o a los procesos de identificación de los sujetos sociales, que complejizan la mirada sobre su definición y permiten vislumbrar conflictos que hasta ahora no habían tenido centralidad en la historiografía.
En particular, volver sobre los sentidos asignados a los objetos permite problematizar las formas en que se configuran las distancias sociales en la vida cotidiana, articulando las condiciones materiales de vida con las búsquedas de distinción social y otras ansiedades que se manifiestan en el consumo pensado en un sentido amplio. Muchos de los estudios que mencionás, por ejemplo, discuten en esas prácticas más como parte de procesos de identificación, que cambian en distintos escenarios y se constituyen de una manera relacional, que como identidades fijas. Estos trabajos han dado lugar a nuevas ideas en torno de los procesos de identificación de distintos sujetos como “trabajadores” o como “clase media”, pero también como “argentinos” o “blancos”, en fin, muchas categorías que desde otras perspectivas se miran como totalidades homogéneas, en estos trabajos se definen a partir de la interacción entre cultura material y “ensoñaciones” en una clave que a mí me resulta muy atractiva.
NQ: En tu libro se puede leer una constante preocupación por el “juego de escalas”, por la reflexión sobre las relaciones entre el big picture y los procesos situados, fuertemente sometidos a las validaciones de la experiencia y la memoria. ¿Cómo pensás la historia de la Argentina moderna a partir de tu investigación?
IP: La cuestión de las escalas fue para mí una preocupación recurrente. Lo primero que aparecía era la necesidad de explicar por qué me centraba en Mar del Plata y no en Buenos Aires. Pero en un momento empezaron a preguntarme “por qué Argentina, qué tiene de diferente de otros casos latinoamericanos” y ya no me cuestionaron por qué Mar del Plata sino que me instaron a pensar qué aportaba mi caso para pensar la historia argentina y a apropiarme y destacar las especificidades del caso para el análisis. Eso implicó un cambio de perspectiva enorme para mí, por ejemplo, en relación a las preguntas que podían servirme para pensar mi caso y a los debates dentro de los que podía enmarcar los problemas que iba definiendo.
En relación a tu pregunta, me parece que, más allá de completar la mirada sobre la diversidad regional que presenta nuestro país, que es muy grande, la mirada sobre casos “descentrados” permite pensar otras preguntas. Por ejemplo, en relación a mi investigación, la de la relación entre las clases medias provincianas y las tendencias que ganaron fuerza antes en los grandes centros como Buenos Aires y, más allá de las fronteras nacionales, con procesos más amplios que están teniendo lugar simultáneamente en distintas latitudes. Las dinámicas del consumo y las relaciones de clase, por ejemplo, no se dan solamente entre distintos sectores dentro de un mismo espacio, sino también entre agentes que viven en distintos escenarios, marcados por distintas tradiciones, pero también por distintas condiciones materiales.
NQ: Tu investigación está sensiblemente más relacionada con experiencias de agentes de clase media. El término gana cada vez más espesor en este tiempo. Esa complejidad (generizada, “cromatizada” y sometida a la geografía de las desigualdades) me parece que permite repensar núcleos propositivos de investigaciones académicas sobre el habitar y las tecnologías domésticas realizadas décadas atrás. ¿Cambia la idea de una Argentina moderna cuando cambian las ideas historiográficas sobre los sujetos históricos?
IP: En mi trabajo me apoyé en las nuevas investigaciones sobre la clase media, en particular aquellas que sostienen que, como tal, catalizó como reacción al acercamiento en términos de cultura material de los trabajadores durante el peronismo, y que la miran en una clave no “objetivista”, sino que destacan cómo, al menos en Argentina, distintos agentes, cuyas trayectorias socio-ocupacionales no necesariamente coinciden, se identifican con ella. En relación al hogar, esas definiciones me permitían reponer la diversidad de apropiaciones de un imaginario que, aunque fuera identificado con la clase media, fue tomado de manera desigual por sujetos diferentes como marco de sentido para sus prácticas familiares y sus consumos domésticos.
Creo que esa mirada, en términos más generales, da lugar a una imagen menos uniforme e integrada de la Argentina moderna, más permeada por tensiones y ansiedades de distinto tipo -de clase, de género, “cromatizadas”, como decís, regionales, etc.-, con temporalidades heterogéneas, aunque articuladas. Este tipo de análisis pone de relieve los juegos de oposiciones a partir de las que esas identidades se construyen.
En particular, en mi trabajo, aparecen relaciones múltiples que se estructuran en el espacio cotidiano de la casa y el barrio. La búsqueda de distinción no es sólo respecto de otros anónimos, sino respecto de los vecinos, de los porteños cuyas casas de veraneo, equipadas con los últimos adelantos, los marplatenses conocen de múltiples formas (algunos, porque son invitados en estos espacios, y muchos otros porque trabajan ahí, ya sea como constructores, albañiles o empleadas domésticas). Las distancias sociales son siempre relacionales y se expresan en prácticas cotidianas y rutinarias como las de limpiar o cocinar. En este sentido, me parece que es importante destacar el lugar de las relaciones de género y en particular de las mujeres y de lo doméstico en su construcción y en las identificaciones de clase.
NQ: ¿Cómo sigue tu investigación? ¿Qué estás investigando actualmente?
IP: En este momento estoy trabajando sobre las empleadas domésticas, que estaban presentes en buena parte de los hogares de clase media en los que había centrado mi investigación anteriormente. Hacer foco en ellas me pareció otra forma de empezar a pensar las desigualdades en relación al mundo doméstico. A partir de esa preocupación empecé a trabajar sobre un archivo fascinante, el del Tribunal de Trabajo Doméstico. En relación a esto, junto con Romina Cutuli y Débora Garazi, en este momento estamos desarrollando un proyecto sobre cómo se transforman las definiciones legales este trabajo a lo largo del siglo XX, cómo cambia el lugar del servicio doméstico en relación al mundo laboral y a la vida familiar, las distancias entre la ley, propiamente dicha, y las apropiaciones que aparecen en distintas instituciones judiciales.

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