El tímido desarrollo de la Marina de Guerra mexicana ¿Podía defenderse Veracruz en 1914?
Ahora que estamos cerca de una fecha emblemática para México, en la que se abundará en datos históricos sobre la ocupación estadounidense del puerto de Veracruz ocurrida el 21 de abril de 1914, me parece pertinente recordar de manera muy breve uno de los aspectos que permitió un desembarco, hasta cierto punto, sencillo y sin demasiado peligro para los invasores: una marina de guerra mexicana prácticamente inexistente.
Para nadie que haya hecho una somera revisión de la historia de México durante el siglo XIX, se ocultará el hecho de que nuestro país ha sufrido grandes carencias en el aspecto militar. Diversos hechos de armas lo demuestran. Estas carencias fueron incluso más agudas en términos navales durante todo el siglo, pues la marina de guerra existió prácticamente sólo en el papel en el que estaban escritas las leyes, decretos y demás disposiciones que debían darle vida. En la realidad, sin embargo, el país no contó sino con escasísimos recursos como para contar con algunos navíos de menor calado para vigilar las costas, inútiles para las vicisitudes de la guerra. Esto se comprobó una y otra vez con cada bloqueo que nuestros puertos sufrieron, y quedaría nuevamente de manifiesto con la ocupación gringa de Veracruz en 1914.
Como muchas otras cosas, esta situación comenzó a cambiar durante el largo periodo de estabilidad porfiriano. Si bien resultaba en todo punto impensable competir con las grandes potencias navales de la época, como Inglaterra, Francia, Italia, Rusia, Japón o USA, e incluso con armadas menores, como la chilena, argentina y brasileña, el programa de crecimiento naval que se bosquejó durante los últimos años del siglo XIX y —principalmente— durante los primeros del siglo XX, permitieron pensar en el paulatino mejoramiento de la armada mexicana conforme pasaran los años y atendiendo siempre a lo reducido del presupuesto.
Como diría el capitán de navío Juan de Dios Bonilla:
La República Mexicana, que por su situación geográfica interoceánica, debiera tener un pueblo eminentemente aficionado a las cosas del mar, es un país donde no se ha dado la importancia que merecen, por lo que México se ha quedado atrás en cuanto se refiere a comercio marítimo propio y a fuerza naval, en contraste con el progreso de algunas Repúblicas hermanas del continente americano, pues dado el poco espíritu marinero de nuestro pueblo, se ha descuidado aquella importante rama de la Administración Pública […] El descuido de nuestros gobiernos a través de los años, en atender debidamente los servicios marítimos del país, tanto de guerra como mercantes, ha sido la causa principal de los fracasos que hemos sufrido, en la mayoría de las veces por falta de unos cuantos elementos de mar para combatir.[1]
No obstante la escasez de recursos que se destinaron a los temas náuticos del país, se hicieron algunos esfuerzos para fomentarla, como el decreto de 1854 que Santa Anna dio para la organización de la Marina de Guerra, y otras disposiciones para que se estableciera en Isla del Carmen una Escuela Náutica “para la enseñanza de la juventud que se destine al servicio de la Marina Nacional”, a la cual se le añadirían dos Colegios Náuticos, uno en la fortaleza de San Juan de Ulúa y otro en Mazatlán.[2] Anteriores a estos, había existido un colegio para estudios de náutica en Tlacotalpan en 1825, otro más establecido en Tepic en 1840, y uno más fundado en 1832 en Campeche, pero que no pudo comenzar a funcionar sino hasta 1841. Estos establecimientos funcionaron de manera intermitente y con ciertas carencias durante varios años, pero estos asuntos comenzaron a tomarse con mayor seriedad al acercarse el cambio de siglo. En 1889 se fundó la Escuela Naval Militar en el puerto de Veracruz, estableciéndose cursos semestrales con grupos de 50 alumnos.[3] Durante los primeros años del Porfiriato, además, se hicieron esfuerzos por incentivar la marina mercante, por lo cual el gobierno suscribió una serie de servicios marítimos entre diversos puertos del país con el extranjero, y elevar así el tráfico comercial.[4]
Fue en esta época también cuando se iniciaron las compras de diversos navíos cuyos fines serían servir en la marina de Guerra. Entre ellos pueden mencionarse los cañoneros Libertad, Independencia, México, y Demócrata (1874); el cañonero — que fue designado después como corbeta-escuela— Zaragoza (1891); el transporte de guerra Oaxaca (1893) y el velero Yucatán (1897), que sería destinado a ser un buque-escuela.
Estos esfuerzos se vieron redoblados al iniciar el nuevo siglo con la llegada del general Bernardo Reyes a la Secretaría de Guerra y Marina, pues emprendió una serie de reformas para el mejoramiento de todo el ministerio bélico bajo su mando, lo que no dejó fuera, como puede suponerse, a la Marina de Guerra.
Para empezar, se decretó en 5 de junio de 1900 la Ley Orgánica de la Marina Nacional, que pretendió dar mejor orden y reglamentación a todo lo que tuviera que ver con los asuntos náuticos de la nación, así fuese mercante como de guerra. Entre sus consideraciones podemos ver los objetivos que dicha ley se planteaba lograr, como mejorar la Marina Militar con los recursos existentes, preparándola para el desarrollo gradual que se le iría haciendo conforme prosperaran los recursos de las nación y lo exigieran las necesidades del servicio público; contribuir con el ejército al sostenimiento del orden público (recordemos la campaña que se estaba llevando a cabo en Yucatán) y hacer respetar las leyes y tratados internacionales. Para esto, se demandaba la renovación del material de guerra existente y mejorar la eficacia de los establecimientos de enseñanza, lo cual garantizaría la defensa “meditada” de las costas.[5]
Y para que lo anterior no se quedara en papel como otras tantas disposiciones similares en el pasado, se procedió a bosquejar un primer plan para la mejora del material flotante tanto en el Golfo como en el Pacífico, el cual consistió en la adquisición de cuatro cañoneros para cada uno de los mares, dos torpederos, seis lanchas de vapor, entre otros. De esta manera, se hizo un contrato de compraventa entre (firmado el 19 de junio de 1900) entre el secretario de la Guerra en representación del Ejecutivo Federal, y el Sr. Lewis Nixon, dueño de un astillero llamado The Crescent, situado en Elizabeth Port, New Jersey, Estados Unidos, en el cual este último construiría y entregaría un cañonero-transporte de mil toneladas de desplazamiento, para lo cual se sentaron dieciocho bases en las cuales se especificaron plazos, características y entrega del navío.[6] Aunque parece ser que dicho contrato se modificaría ligeramente, pues la Comisión Inspectora que se formó para vigilar la correcta construcción de esta nave, terminaría supervisando uno más (cañonero núm. 2).[7] Estos importantes hechos fueron también utilizados como elementos apologéticos y de propaganda para el régimen de Díaz pues, casualmente, ambos cañoneros habrían de ser botados al agua el mismísimo día en que don Porfirio cumplía años, es decir, el 15 de septiembre de 1901.[8]
Para completar el plan de desarrollo naval impuesto por la Ley Orgánica expedida en 1900, se procedió a elegir un astillero distinto al estadounidense para la construcción de los dos cañoneros restantes. El elegido fue el astillero italiano Nicolo Odero fu Alessandro, de Sestri Ponente para los cañoneros 3 y 4 de poco más de mil toneladas de desplazamiento,[9] los cuales fueron entregados en 1904, y para los cuales también existió una comisión inspectora que supervisaría los trabajos de construcción.
Desafortunadamente y por motivos políticos, el general Reyes debió de renunciar a su puesto como Secretario de Guerra en diciembre de 1902, lo que dejó trunco el plan de desarrollo previsto no sólo para la Marina de Guerra, sino para todo el aparato bélico bajo su mando. Los cañoneros 2 y 4 se entregaron posteriormente a su salida del Ministerio, pero a partir de ahí no hubo nuevas adquisiciones para engrosar la flota de guerra, ni mejoras en las escuelas e instituciones encargadas a la instrucción náutica, a pesar de cierta bonanza en las finanzas de la hacienda mexicana.
En estas condiciones encontraron los estadounidenses las defensas navales de México en 1914, razón por la cual resultaba una quimera una defensa efectiva de la plaza de Veracruz. Incluso si se hubiese mantenido un plan gradual de desarrollo como lo había previsto Reyes, el país habría contado con unos 15 o 20 cañoneros en total, es decir, entre 7 y 10 cañoneros para cada mar (Golfo y Pacífico), una cifra por completo insuficiente para hacer frente a la de los Estados Unidos, compuesta en aquellas fechas, por unos 31 acorazados, 10 cruceros acorazados, 27 cruceros, 34 cañoneros, 35 destructores y 20 submarinos.[10]
Evidentemente nuestro vecino del norte no habría desplegado la totalidad de su flota para bloquear Veracruz, por lo que una política de desarrollo naval en México implementado desde inicios del Porfiriato habría dado buenos resultados al planear una defensa más efectiva del que entonces era el puerto más importante de México.
[1] BONILLA, Juan de Dios, Apuntes para la historia de la Marina Nacional, México, 1946, pp. 12, 127
[2] BONILLA, Juan de Dios, Apuntes para la historia de la Marina Nacional, México, 1946, pp. 135, 137, 138.
[3] BONILLA, Juan de Dios, Apuntes para la historia de la Marina Nacional, México, 1946, pp. 143-144, 146-148.
[4] BONILLA, Juan de Dios, Apuntes para la historia de la Marina Nacional, México, 1946, pp. 191-195.
[5] Archivo General de la Nación, Memoria de Guerra, 1900-1901, Anexo 21, pp. 201-217; Diario Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, tomo XLVIII, núm. 42, 18 de junio de 1900, pp. 1-10.
[6] AGN, Memoria de Guerra, 1900-1901, Anexo 23, pp. 221-227.
[7] AGN, Memoria de Guerra, 1900-1901, Anexo 24, pp. 229-236.
[8] El Imparcial, 8 de agosto de 1901.
[9] “Los nuevos cañoneros transportes números 3 y 4”, México Militar, vol. 3, núm. 9, 1 de octubre de 1902, pp. 782-783.
[10] The Naval Annual, 1912, Porthsmouth, Inglaterra, p. 56
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