Imaginarios sobre la mujer en la historia occidental.
IMAGINARIOS SOBRE LA MUJER EN LA HISTORIA OCCIDENTAL*
“Lo que conocemos como femenino en el patriarcado no sería lo que las mujeres son o han sido, sino lo que los hombres han construido para ellas”. (Luce Irigaray).
Eddy Romero Meza
El semiólogo Walter Mignolo, considera el imaginario como una construcción simbólica mediante la cual una comunidad (racial, nacional, imperial, sexual, etc.) puede definirse a sí misma”. El “imaginario histórico” por su parte es definido por el historiador español Jaume Aurell, como: “todas aquellas realidades del pasado que se han consolidado en la mentalidad de una sociedad determinada, conformando una visión de la historia, bien a través de una tradición escrita por literatos, intelectuales o historiadores o bien a través de la tradición oral, transmitida secularmente a lo largo de las generaciones”.
Las representaciones sobre la mujer son múltiples, acertadas o no. En el mundo occidental predomina una mirada marcada por el patriarcalismo heredero de la tradición cristiana. La sujeción o subordinación de la mujer en la historia es un hecho incontrovertible, sin embargo los matices son diversos y merecen ser visibilizados. Así por ejemplo, en la antigua Roma, si bien las mujeres eran consideradas “hombres incompletos” y estaban sujetas a la tutela de padres y luego esposos, en la República última y luego en el Imperio las mujeres lograron una virtual igualdad en varios ámbitos. Ellas podían terminar su matrimonio por propia voluntad o por consentimiento mutuo; así como adquirir independencia económica a través del control de tierras y esclavos heredadas de sus familias y no consideradas dentro de la dote otorgada al esposo. De hecho, el sociólogo alemán Norbert Elías, describe que las damas de las clases senatoriales muchas veces se identificaban más con su propio linaje que con el de sus esposos. Todo ello sin mencionar lo (relativamente) extendido de las relaciones extramaritalespor parte de mujeres aristócratas, las que eran consentidas socialmente hasta cierto punto.
El Estado romano representó cierta unidad basada en la centralización política. La contraparte será la siguiente etapa, la feudal, donde se instalará una dispersión o atomización del poder. Se instala una sociedad guerrera, donde obviamente no hay monopolio de la violencia (eso viene con el Estado moderno), vinculada a una moral del linaje. En ese escenario el control sobre el cuerpo de la mujer es vital para asegurar la continuidad del linaje. La violencia física como es el caso de la violencia sexual es legitimada a través de diversas prácticas basadas en la defensa del honor caballeresco. La cultura emocional es compleja, pero domina el impulso (violencia, sexualidad). A pesar de todo, sobre el periodo feudal hay una mirada prejuiciosa y es preciso considerar lo que el medievalista francés Jacques Le Goff, ha señalado en torno al supuesto carácter “oscurantista” de la Edad Media:
Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución Francesa.
La domesticación o control de las emociones no es ajena a la etapa medieval. Coexisten el impulso de una sociedad sumamente violenta, con regulaciones personales-colectivas, las que conformaran la cultura o civilización en Occidente. Sin embargo a pesar de todo es una regulación desde arriba y en un escenario atomizado o disperso (feudos). Alrededor del siglo XII, aparece el denominado amor cortés, que en la época de los trovadores medievales (poetas provenzales) era llamado fin’amor (“fino amor”, “amor puro”, “amor verdadero”). Según el historiador Georges Duby, no habría que ver en este tipo de amor una promoción de la mujer, sino un juego masculino, educativo, para encauzar sus pulsiones y sentimientos. Opera una idealización de la dama, pero que no excluía el libre curso a la libido con mujeres de rango inferior. El amor cortés es propio de la nobleza y su carácter era secreto. En una época donde los matrimonios eran arreglados entre las familias por conveniencia, el amor cortés no era un amor bendecido por el sacramento del matrimonio, sino eran amores adúlteros o prohibidos.
Esta idealización de la dama es poética y se conserva hasta hoy. El romanticismo decimonónico lo actualiza de varias formas. La mujer es objeto de culto erótico y amor puro, pero a su vez objeto de desprecio y represión sexual.
Hacia el siglo XVI puede apreciarse una transición. La sensibilidad de época está marcada por la Corte, la sociedad guerrera es reemplazada por una de cortesanos. Como describe Norbert Elias, se produce una gradual privatización de las funciones corporales, o sea el pudor o vergüenza frente a acciones corporales como escupir, eructar, comer con las manos, etc. La mirada del “otro” adquiere importancia y se constituye como un elemento de presión social que regula la conducta. Ello se vincula también a un afán diferenciador de la sociedad aristocrática-cortesana frente a los villanos o campesinos. Se desarrollan grados de autocontención y empatía que son la base de lo que llamamos frecuentemente “civilización”. Los manuales de cortesía o buen comportamiento se difunden en esta época, destacando el de Erasmo de Rotterdam. La iglesia ocupa un lograr central en la transferencia de modelos hacia abajo, esto a través de la educación, la cual estuvo durante siglos en manos eclesiásticas. Estos modelos de conducta serán adoptados también por los burgueses quienes ascienden rápidamente en la sociedad.
Peter Brown en el libro El cuerpo y la sociedad (1988), señala que las muchachas del cristianismo primitivo pasaban sin interrupción de la pubertad a la maternidad. El “destino biológico” de ellas está en la maternidad y su condición de inferioridad frente al hombre no era muy distinta que la de un esclavo o los llamados bárbaros. Las mujeres eran consideradas “varones fallidos”, siendo su periódica menstruación una las demostraciones de ello. Se establece una “jerarquía natural”que posiciona a la mujer abajo siempre. De ahí también el temor masculino frente a la posibilidad de ser feminizado. Brown cita a Plutarco quien advertía que las mujeres eran criaturas indisciplinadas, quienes dejadas a su aire “conciben muchas ideas funestas, bajo designios y emociones”.
De hecho durante la época de la Reforma, para Calvino y otros, las mujeres siguieron representando el sexo débil, frágiles, vanidosas y frívolas, al parecer más propensas que los varones a sucumbir a las tentaciones sexuales. Dentro de la lógica tutelar, las mujeres debían ser guiadas y controladas por padres o maridos para evitar que cayeran en la aberración o pecado (Brundage, 1987). Es en la época postridentina, que también algunos padres de la iglesia consideraban algunas posiciones sexuales (coitales), como antinaturales. La posición de misionero era la natural y esperable entre las parejas casadas, pero cualquier otra representaban desviaciones que invertían el orden de la naturaleza. Brundage advierte que partes considerables de la ley medieval sobre la conducta sexual sobrevivieron a las luchas religiosas de los siglos XVI y XVII y han logrado penetrar en los sistemas jurídicos de los estados seculares modernos. (Brundage, 1987: 563).
Alejandra Araya describe que la virgen María, aparece casta y pura en tanto su cuerpo no fue penetrado. Los orificios del cuerpo simbolizarían puntos especialmente vulnerables y cualquier materia que emane de ellos son marginales: esputo, sangre, leche, orina, excrementos o lágrimas. El vientre femenino resulta repulsivo incluso para los tratadistas de los siglos XVI-XVII: “somos concebidos con la inmundicia y el hedor, paridos con tristeza y dolor, criados y educados con angustia y esfuerzo”. (R. Muchembled, 2000: 143).
El rechazo a la carne es una fuerte herencia judeo-cristiana. La carne nos condena y nos redime a la vez (por ejemplo a través de la autoflagelación). Araya sostiene que en última instancia, la sensualidad y la castidad significan poder para la mujer de la América colonial.
Cabe destacar la excepcionalidad de algunas mujeres en el contexto hegemónico del patriarcado. Tal es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, afamada escritora novohispana radicada en el virreinato de Nueva España (México), sobre quien Octavio Paz se pregunta: (dado) el carácter masculino de la cultura y del mundo en que vivía Juana Inés. ¿Cómo, en una civilización de hombres y para hombres, puede una mujer, sin masculinizarse, acceder al saber? (Paz, 1982: 94). Pero a pesar de todo Sor Juana vive en una sociedad colonial donde si bien las reglas eran severas, las prácticas eran blandas. La visión tradicional sobre los monasterios es la de instituciones cerradas donde las monjas viven en permanente clausura, ello es cierto pero a medias. Si bien muchas monjas no salían, sí recibían visitas. La iglesia tenía a su cargo dos funciones importantes que hoy corresponden al Estado: la educación y la beneficencia. La vida cultural era permanente (recitales, teatro, etc.) en los claustros a cargo de la educación y las monjas desarrollan diferentes actividades vinculadas a la administración de los recursos, que no eran pocos. Octavio Paz señala que Sor Juana, no fue seducida por la santidad ni por el vértigo de la perdición. En una sociedad prodiga de penitentes y flagelantes, ella supo alejarse y mantener el equilibrio. Su entendimiento racional la mantuvo a distancia de las seducciones de la época: el ascetismo, la milagrería o el misticismo. Supo ser una conciencia lúcida casi hasta el final.
Paz denuncia la tendencia actual de algunos biógrafos o estudiosos de querer santificar a Sor Juana:
monja y hábil política, poetisa e intelectual, enigma erótico y mujer de negocios, criolla y española, enamorada de las arcanidades egipcias y de la poesía jocosa, sor Juana se contradice sin cesar y así contradice a su época. Contradice también a esos panegiristas que la prefieren beata embalsamada a escritora viva. (Paz, 1982: 603).
En otra página el nobel mexicano, alude a los religiosos que recelaron de Sor Juana, así como también alude indirectamente a los estudiosos de sor Juana, al respecto señala:
En cuanto a Aguiar y Seijas: no necesito recordar sus obsesiones y sus manías, su odio a las mujeres y su locura limosneril. Las vidas de esos prelados no son ejemplos de “normalidad” y a ninguno de ellos se le puede llamar un hombre equilibrado. Sin embargo, nadie habla de su inestabilidad psíquica y de sus graves trastornos psicológicos sino de la neurosis de sor Juana y de sus taras psicosomáticas. Extraña ceguera. Pienso lo contrario: que Juana Inés haya sido capaz de resistir tanto tiempo y que solo al final del asedio haya abdicado y haya seguido a sus censores en sus mortificaciones inhumanas, es una hermosa prueba de su fortaleza espiritual. (Paz, 1982: 606).
Paz concluye señalando que si sor Juana hubiera sido hombre, no la habrían atormentado los celosos príncipes de la iglesia. Existía una contradicción entre las letras y ser mujer. Su historia personal, dice Paz, estuvo hecha de la misma substancia, a un tiempo maleable y corrosiva, de la historia del mundo.
Una época más cercana es la etapa victoriana. Periodo donde la moral será particularmente observada, sobre todo en lo referido a lo sexual. El historiador norteamericano Peter Gay apunta que este periodo ha sido satirizado en exceso: la reina Victoria no era en realidad victoriana. De hecho el caudal erótico y la seriedad moral de la clase media ya habría estado presente dos o tres décadas antes que la reina victoria ascendiera al trono (1837).
Peter Gay señala que entre 1850 y 1890 se transforman notablemente los modos de cortejar y los ideales de la educación, así como los temores frente a la masturbación. La cultura burguesa de 1890 será completamente distinta a la de medio siglo antes. En ese ámbito de deseos y angustias burguesas, la mente del hombre evidenciará más que nunca que también es un escenario histórico. Entre el control y el deseo, nace una cultura de la contención: “hasta donde puedo llegar”. La postergación de las gratificaciones será el rasgo que defina al animal cultural que es el hombre. Por otro lado, incluso los documentos públicos, con sus regulaciones o restricciones (normas, leyes, constituciones), también serán condensaciones de los deseos de la sociedad patriarcal.
Este periodo también es el momento del descubrimiento del inconsciente. Aquella dimensión atemporal, amoral o carente de límites. Hombres y mujeres bajan la guardia sobre en todo en la noches, donde a través de los sueños liberamos el inconsciente. La burguesía también proyectará sus deseos, impulsos o miedos a los sectores populares, sobre los cuales recae una mirada despectiva y a su vez de deseo velado.
La mujer se desenvuelve y de hecho constituye esta sociedad de clase media decimonónica, donde se practica la lascivia en secreto, se es mojigato en público e hipócrita al condenar los deslices de otros. Peter Gay, señala que todas las culturas ponen límites a las pasiones, las cuales constituyen poderosas defensas contra el asesinato y el incesto por ejemplo, así como de todas las transgresiones derivadas.
La época victoriana también vio la emergencia de grupos femeninos diversos, como el caso del movimiento en favor del sufragio de las mujeres. El movimiento feminista tuvo distintos momentos y no es de extrañar que algunas declararan: “he llegado a la conclusión de que la primera gran obra que deben realizar las mujeres es revolucionar el dogma de que el sexo es un delito, el matrimonio una violación y la maternidad una ruina”. Elizabeth Cady Staton, 1854 (citada por P. Gay).
La moral burguesa decimonónica es parte de la mentalidad occidental de hoy. Aunque se aprecia una creciente liberalización en torno a lo sexual por ejemplo, no dejan de pervivir los códigos morales basados en la discreción y las buenas conductas. En sociedades como la peruana es sintomático el uso frecuente de expresiones como: “dios perdona el pecado, pero no el escándalo” o “gente decente”.
Las mujeres son sistemáticamente cosificadas por la sociedad del consumo. La frivolización de la aldea global apunta sobre todo a ellas, dado el carácter históricamente asignado de compañeras o complementos prescindibles de quienes ordenan la sociedad todavía. El culto a la juventud es más fuertemente difundido entre ellas, se espera más cualidades estéticas que morales, éticas o profesionales.
Las mujeres en Occidente son las que más han avanzado en las reivindicaciones de derechos en el mundo. Sin embargo, la cultura, el lenguaje, las costumbres que estructuran nuestras sociedades aun las limitan, aprisionan o deslegitiman. La imagen de mujer-madre aún fundamenta al Estado-nación. Reconfigurar los diferenciales de poder entre hombres y mujeres es imperativo; superar definitivamente las viejas prácticas que ubicaban a los hombres en la esfera pública (administración del poder), y relegaban a la mujer a tan sólo la esfera doméstica o privada.
* El presente texto es el trabajo final del curso Historia y Género de la Maestría de historia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Un agradecimiento especial a la doctora María Emma Mannarelli, cuyas ideas guían este trabajo.
Bibliografía
Araya Espinoza, Alejandra. La pureza de la carne: el cuerpo de las mujeres en el imaginario político de la sociedad colonial. Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Año VIII, Vol. 1, 2004: 67-90. Departamento de historia Universidad de Santiago de Chile.
Brown, Peter. El cuerpo y la sociedad. Los hombres, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo. Muchnik Editores S.A, Barcelona, 1993.
Brundage, James. La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa medieval. Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
Duby, Georges. El caballero, la mujer y el cura: El matrimonio en la Francia feudal, Penguin, 2013.
Elias, Norbert. El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Fondo de Cultura Económica (2009). Primera edición, Alemania 1977.
Elias, Norbert. La civilización de los padres y otros ensayos. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1998.
Gay, Peter. La experiencia burguesa. De Victoria a Freud I. La educación de los sentidos. Fondo de Cultura Económica. México, 1992.
Le Goff, Jacques. “Seguimos viviendo en la Edad Media”. Entrevista, Diario La Nación (Argentina), 12 de octubre del 2005. Enlace: http://www.lanacion.com.ar/746748-seguimos-viviendo-en-la-edad-media-dice-jacques-le-goff
Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
Historia de las mujeres en Occidente, o en otras culturas. Una colección de libros muy interesantes para leer, en mi opinión. Una ráfaga de aire fresco, de cultura, frente a tanto personaje, que dice ser intelectual, y que, reivindica la libertad para irse de putas. Y esos personajes, algunos escritores de éxito, son tertulianos profesionales de radio, televisión, y con muchos años en su cuerpo.
Mientras libros como los que he mencionado, pasan desapercibidos. Por otro lado, se ha puesto de moda burlarse de los grupos feministas. A veces, porque el propio feminismo cae en obsesiones como lo del idioma no sexista, que es una estupidez, en mi opinión. Pero, a esta gente se le nota la caspa que llevan en su mente. Y eso que tienen mucho éxito escribiendo libros.
Pero, ni caso. Leer libros como los mencionados, y otros, es la mejor manera de rebatir los insultos machistas. Pero, con argumentos.