Conferencia REDHHDA (Río de Janeiro, 2016)

Este texto es una transcripción de la conferencia pronunciada en la Mesa de Cierre del IV Simposio Internacional: Delitos, Policías y Justicias en América Latina Instituto de Historia, Universidade Federal do Rio de Janeiro (IH/UFRJ) Río de Janeiro, 4 de marzo de 2016.

Conferencia de Diego Galeano (PUC-Rio)

Después de tres días de mesas y trabajos que reunieron cerca de 50 colegas de distintos países, hemos llegado al final de este Simposio. En la mesa de abertura, Marcos Bretas abrió este encuentro con una reflexión sobre las posibilidades de la historia comparada y de las historias conectadas del delito, de la prisión y de la policía en América Latina, recuperando un importante linaje de estudios comparativos dentro del campo de la “cuestión criminal”. En esta exposición, me gustaría retomar ese camino, creando tal vez una ficción circular, de retorno al comienzo del Simposio: voy a volver entonces sobre esa cuestión, pero desviándome hacia una reflexión sobre la cuestión del territorio, de los marcos geográficos de nuestras investigaciones. Aunque quizás ponga cierto énfasis en las posibilidades de la historia transnacional, por mis propias investigaciones acerca del delito y la policía en América del Sur, creo que los problemas a los que voy a referirme son relevantes no sólo para aquellos que investigan objetos que traspasan fronteras nacionales, sino –mucho más en general- para nuestros recortes de historia local, urbana y rural, y de historia regional.

En este simposio que juntó historiadores que trabajan sobre Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, México, Venezuela me parece que vale la pena preguntarnos sobre cómo impactan en nuestro campo los diferentes paradigmas historiográficos que circulan actualmente, en torno de lo que se conoce como “giro global”: historias conectadas, historias cruzadas, historia transnacional. Preguntarnos cómo impacta no para prescribir un deseable “pase” masivo hacia los estudios transnacionales, que por definición involucran al menos dos países o más (un pase que, por cierto, sería aburrido). No es por ese camino que voy a hablarles.

Para hacer esa reflexión sobre los desafíos que nos plantean algunos de esos paradigmas, voy a poner sobre la mesa –muy a vuelo de pájaro­­– algunas referencias más empíricas sobre un tema que atraviesa a la mayor parte de los países sobre los que hemos hablado aquí: un complejo proceso internacionalización de las policías latinoamericanas, de acercamiento, de conformación de espacios de intercambio, de celebración de encuentros y firma de convenios, pero también de aceleración de los canales de comunicación entre los agentes policiales: envío de telegramas, cartas, canje de fotografías, fichas de identificación, prontuarios, antecedentes judiciales, etc. Voy a tratar de hacer un rápido recorrido por la genealogía de ese espacio de cooperación transnacional, en su período formativo, es decir, entre el último cuarto del siglo XIX y la construcción de Interpol en el mundo de posguerra.

Para comenzar, creo que esta historia de la transnacionalización de la policía nos lleva a pensar, entonces, el problema del territorio. Creo que una de las propuestas más interesantes de la historia transnacional no es tanto la de mostrar la porosidad de los contornos nacionales, visibilizando diversas prácticas transfronterizas, cuya trama social no puede entenderse ciñendo la investigación a un país (hubo muchos ejemplos de este tipo de prácticas en este Simposio: prostitución y tráfico de mujeres, comercio internacional de drogas, circulación de militantes anarquistas, etc.). Digo… me parece que además de mostrar la porosidad de fronteras, la historia transnacional llama la atención sobre la necesidad de desnaturalizar esas fronteras como marcos autoevidentes en nuestros recortes geográficos. Muchos autores, no sólo historiadores, han tratado ese problema. Inclusive mucho antes de que el giro global se consolidara y se nominara como tal, podríamos ir quizás hasta los comienzos de la nueva historia, hurgando en las conferencias y textos de Marc Bloch sobre la historia comparada o referirnos a cómo Fernand Braudel construyó el mismísimo concepto de mediterráneo como un espacio de circulaciones marítimas y conexiones portuarias. Podríamos también hacer alusión a un autor que apareció varias veces en los debates de este simposio, en la mesa de delincuencia y en la de violencia: Norbert Elias, quien en el prefacio a la segunda edición del Proceso Civilizador, el prefacio de 1968, menciona los problemas de la orientación “nación-céntrica” de las ciencias sociales, o sea, una tendencia a adoptar “clasificaciones burocráticas” para explicar la lógica del mundo social. Y acá pienso en la conferencia de ayer de Lila Caimari, cuando mencionaba el impacto de adentrarnos en esas burocracias para hacer trabajo de archivo. ¿Hasta qué punto, me pregunto, nosotros que trabajamos con archivos judiciales, policiales y penitenciarios, o sea, archivos creados por estados nacionales y con las lógicas jurisdiccionales y burocráticas de esos estados-nación…. hasta qué punto, digo, esas lógicas contaminan la forma en que recortamos y construimos nuestros objetos de investigación?

Algo que me interesa de la obra de Elias es el modo en que él criticaba la reducción del concepto de “sociedad” a las culturas nacionales (“sociedad brasilera”, “sociedad mexicana”), como si todo lo social, toda sociedad, fuera una sociedad nacional. ¿Existe una “delincuencia argentina” en los años de la gran inmigración, con sujetos que circulaban –como los simpáticos anarquistas que hoy nos trajo Martín Albornoz- de una ciudad a otra del espacio atlántico sudamericano e incluso más allá? ¿Existía una delincuencia argentina y una brasilera, como querían algunos criminólogos –no todos, es verdad…- y algunos estudios de estadística criminal? ¿Qué sucede si a esas montañas de papeles del archivo policial, judicial o penitenciario, a esos papeles que, en última instancia, reflejan la acción punitiva y el pretendido monopolio estatal de la violencia, los interrogamos sobre la circulación transfronteriza o transcontinental de prácticas delictivas y de otras prácticas sociales que -como dije- responden a lógicas que las fronteras nacionales no explican?

En fin, esa crítica al “nación-centrismo”, en palabras de Elias, o a lo que otros autores más contemporáneos han llamado “nacionalismo metodológico”, es fundamental para algo que Marcos Bretas ya mencionó en su conferencia del primer día: desafiar la rigidez de las fronteras en nuestras propias investigaciones, avanzando en el estudio de las conexiones delictivas, policiales, penitenciarias, de las rutas y circulaciones que dieron forma a la “cuestión criminal” en América Latina. Y me gustaría en este punto hacer una aclaración que, espero, hacia el final de mi intervención se entienda mejor: mostrar la aceleración de flujos de personas y de informaciones, la intensificación de los contactos entre policías de diferentes países, implica un cuestionamiento a las fronteras nacionales como recortes geográficos auto-evidentes de nuestras investigaciones, pero eso no debe llevarnos necesariamente a la imaginación de un espacio mundial uniforme, de flujos globales libres de jerarquías y asimetrías. Lo que sugiere la historiografía sobre la conformación de una policía transnacional en Europa y en el continente americano es que existieron fuertes proyectos de liderazgo en este concierto mundial de policías viajeros y de policías interconectados. Por ejemplo, el hecho de que en la genealogía de la cooperación policial sudamericana, Buenos Aires haya sido la sede de los dos primeros congresos de policías (en 1905 y en 1920), no era un gesto fortuito, aleatorio. Al contrario, esa elección se articulaba con una serie de prácticas y discursos que buscaban colocar a la capital argentina como una suerte de “metrópolis policial”, para la región (sino para el mundo). Y uso la noción de metrópolis de una manera deliberada, intentando escapar a la trampa del dualismo centro-periferia.  Pero lo más importante es que no se trataba de un proyecto carente de resistencias: los Estados Unidos, y en particular Nueva York, tenían sus propias pretensiones de hegemonía en el proceso de internacionalización de la vigilancia policial que se estaba gestando, mientras en Europa naufragaban los proyectos de cooperación policial por las tensiones bélicas entre los estados en el período de las guerras mundiales y entreguerras.

¿Cuándo y cómo surge, entonces, la dinámica transnacional de aproximación entre los policías sudamericanos y formación de un espacio de intercambios? Pretendo trazar aquí un mapa muy amplio, que seguramente omita aspectos fundamentales, y que abarca tres zonas historiográficas distintas, que aparecieron en las discusiones de estos tres días de Simposio.

La primera nos sitúa en la década de 1890 y gira en torno a la circulación transcontinental de sistemas de identificación policial. Tema que me parece que no necesito profundizar demasiado, porque fue objeto de las mesas de criminalidad (pienso en el trabajo de Álvaro Rodríguez, que a través de la cuestión de la fotografía  de reos en México se refirió al primer gran sistema de identificación con ínfulas de expansión mundial, el bertillonage) y apareció también en la mesa de policía, en las ponencias de Marília y de Cristián Palacios sobre la identificación policial en Río de Janeiro y Santiago de Chile. Estos dos últimos trabajos muestran la notable expansión, en América Latina, de la dactiloscopia y el dominio de Juan Vucetich en la región. Como estudió Mercedes García Ferrari, el propio Vucetich encabezó un minucioso trabajo de propaganda de su sistema: oponiendo el dinamismo de “nuestra América” a las instituciones vetustas de la “vieja Europa”, cuestionó el imperio Bertillon de la década de 1890, que, en realidad, ya había empezado a resquebrajarse un poco, o a mostrar ciertas fisuras, con su participación fallida como perito en el caso Dreyfus. De modo que esos encuentros entre especialistas de la “cuestión criminal” que comenzaron mucho antes con los congresos penitenciarios internacionales de la década de 1870, continuaron en los congresos de antropología criminal en la década siguiente, adquirieron una dimensión inusitada entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, en torno el circuito transnacional de sistemas de identificación –es decir, circulación de saberes, modelos científicos– pero también de los propios especialistas que viajaron de una ciudad a otra, conectando oficinas de identificación que en algunos países estaban en sede policial (Argentina, Brasil, Chile) en otras en sede penitenciaria (Uruguay, México). Y podría hablar de muchos ejemplos, que algunos de ustedes, como Elisa en el caso de México, han estudiado. Pero prefiero usar el tiempo para avanzar en la segunda escala.

La segunda  nos lleva a la cuestión de la cooperación policial latinoamericana. Desde luego, este tema está entrelazado con el anterior, aunque tiene una relativa autonomía. Si la genealogía de la circulación mundial de sistemas de identificación anclaba en toda una trama previa de congresos penitenciarios y criminológicos, en cambio, la red de cooperación policial (…y esta es una hipótesis de trabajo…) se nutrió de una genealogía distinta, previa también, y mucho menos visible, de diálogos bilaterales. Y digo hipótesis porque sobre este tema ciertamente sabemos mucho menos. Pero hay innumerables indicios acerca de cómo esos contactos bilaterales (entre la policía de Buenos Aires y de Montevideo, entre la policía de La Plata y de Río de Janeiro, etc.) fueron construyendo las condiciones de posibilidad para encuentros más formales, y más visibles también, tales como las conferencias sudamericanas de policía realizadas en Buenos Aires. Eso nos lleva a una serie de preguntas nodales: ¿cómo se construyó a Buenos Aires como una metrópolis policial, sede de las conferencias sudamericanas, especie de meca de visitas de estudios de agentes policiales del Brasil, de Chile, de Uruguay y de otros países, inclusive del hemisferio norte? En vez de pensar la lógica centro-periferia como la eterna relación norte-sur, ¿por qué no buscar la formación y transformación de centros, que son no son metrópolis globales y eternas sino específicas para ciertos temas y ciertos períodos?

La tercera tiene que ver con el impacto de las leyes de expulsión de extranjeros en el continente americano. Me refiero al impacto en las conexiones entre las policías, entre los aparatos judiciales y penitenciarios, y entre las redes diplomáticas y consulares que también se mencionaron a lo largo de las discusiones. Creo que debemos encarar una historia conectada de las expulsiones en el continente americano –y digo continente americano porque el peso de Estados Unidos, tanto en la génesis de estas leyes –en la propia construcción de la noción fundamental de “extranjero indeseable”, es nodal. Un breve recorrido, cronológico y geográfico por esas leyes verificaría que el tema se hizo presente en todos los países representados en el Simposio. En Argentina, ley de Residencia en 1902 y ley de Defensa Social en 1910. Acá en Brasil, ley de los indeseables, de 1907. En México el tema se filtró en la Constitución de 1917. Chile tuvo su ley de expulsión en 1918 y Uruguay en la década de 1930. Es decir que, por un lado, fue una cuestión con amplio alcance continental, desde Estados Unidos hasta el Cono Sur.

Pero, además, se trata de un tema de involucra tanto a los mecanismos de administración de justicia, como a la maquinaria policial y prisional, que llama la atención sobre la definiciones y redefiniciones de la criminalidad (por ejemplo, los complejos límites entre delito común y delito político), redefiniciones de la criminalidad que movilizan a la prensa, comercial y especializada, que además de envolver al delito involucra también lo que aquí hemos llamado “márgenes”, prácticas situadas en las fronteras de lo legal; un tema que suscita -por último- debates sobre el ejercicio de la violencia estatal y sus límites. En suma, un tema que toca directamente los campos problemáticos que dieron forma a nuestras mesas y discusiones a lo largo de estos días.

Sobre este tema apenas quiero mencionar un dato: la sanción de una ley en un país impactaba en el trabajo cotidiano de las instituciones de vigilancia de otros países. No sólo de los países europeos adonde muchos expulsados (anarquistas, comunistas) eran “devueltos” a sus lugares de origen.  El impacto era fuertísimo también en los propios países sudamericanos. De alguna manera la ley de expulsión de extranjeros sancionada en Brasil en 1907, que venía siendo discutida desde mucho antes, se aceleró por los efectos de la aplicación de la ley de  residencia en la Argentina de 1902. Las fuentes son muy contundentes en ese sentido… ¿Qué pasó con los otros países, situados sobre otras rutas, como Chile? Hay algunos trabajos sobre las leyes de expulsión, pero en general se detienen en el momento en que los expulsados son embarcados, es poco lo que sabemos sobre la trama posterior de la historia. Por otra parte, es innegable el vínculo entre este problema y las conferencias policiales sudamericanas de 1905 y 1920, pero entrar en ese tema me llevaría demasiado tiempo.

Prefiero cerrar esta intervención, sin antes dejar de plantearles un triple desafío en nuestra agenda de investigación. En primer lugar, el desafío de integrar problemáticas latino-americanas en la historia global, sin caer en la tentación del difusionismo. Se trata de pensar el lugar específico de la modernización de las policías y de los sistemas carcelarios latino-americanos en una red mundial de circulaciones de ideas, personas, tecnologías, dispositivos. No me refiero a la tarea de explicar cómo una modernidad siempre producida en Europa o en los Estados Unidos llega a América Latina, donde se transforma en una “modernidad periférica”, para usar una expresión de Sarlo. Más bien se trata de indagar cuál es el lugar específico de nuestros países en el espacio mundial y mundializado de la modernidad punitiva, policial, carcelaria, delictiva. Como sugerí antes, el último libro de Mercedes García Ferrari sobre la trayectoria de Juan Vucetich (él mismo un inmigrante croata en la Argentina, atravesado por las circulaciones transcontinentales del siglo XIX), es un buen ejemplo de cómo encarar ese desafío dentro de nuestro campo de estudios.

En segundo lugar, si el primer desafío se refiere a la historia global, el segundo tiene que ver con la historia transnacional. Pienso que la cuestión de la expulsión de extranjeros a la que me referí muy por arriba permite discutir dos caminos, dos rutas posibles que la historiografía del delito y de la policía pueden seguir. Por un lado, muestra que las prácticas de las expulsiones no envolvían apenas una relación entre el Estado (es decir, sus instituciones como la justicia y la policía) y los extranjeros. Involucraban, además, relaciones entre las autoridades estatales de distintos países: esa dimensión sería, entonces, inter-nacional. Pero no solo eso, ya que los agentes estatales no siempre representaban a la nación (muchas veces eran portavoces de policías provinciales) y porque además operaban otros agentes de organismos pluri-nacionales, como por ejemplo la Liga de las Naciones. Por otro lado, los archivos de las expulsiones -muy dispares de acuerdo a cada país – constituyen un acervo precioso para reconstruir los itinerarios transnacionales de diversas prácticas sociales y políticas, de hombres y mujeres cuyas vidas (militancia, trabajo) transcurría en un constante traspasar fronteras. Acaso solo podamos comprender en profundidad el alcance esos intercambios a partir de un cruzamiento de indicios diversos, como por ejemplo los notables intercambios léxicos entre los países latinoamericanos. ¿Cuántas palabras de la jerga policial y delictiva compartimos en América Latina? Es interesante -en ese sentido- constatar que ese tráfico de palabras parece haber sido tan rico entre los países hispano-américanos (o más bien hispano-hablantes, ya que habría que incluir a la propia España en estos flujos) como entre los países hispano-hablantes y el mundo luso-brasilero. En fin, otro campo enorme que se abre.

Para terminar, después de pasar por problemas de historia global y de historia transnacional, queda algo para decir en relación a la más antigua historia comparada. Algunos autores que defienden el llamado giro global postulan al nuevo paradigma como un “más allá” de la historia comparada. Yo no estoy seguro de que ese sea el camino correcto. Me pregunto si la historia comparada se configura como una mirada estéril en este rompecabezas de desafíos. Es verdad que, muchas veces, ha tendido a operar con abordajes que cristalizan y reifican “casos nacionales” como unidades naturales de comparación. Pero si por historia comparada entendemos un conjunto de estrategias metodológicas no necesariamente atada a la comparación de casos nacionales, me parece que todavía tiene mucho para ofrecer y para dialogar con la historia global, la historia transnacional, las historias conectadas. Una vez más volvemos a la expulsión de extranjeros: tenemos indicios que nos sugieren conexiones profundas entre ladrones, estafadores, anarquistas, policías, empresarios del entretenimiento, proxenetas, etc. ¿Acaso comparar -por ejemplo- la letra de las leyes de expulsión no es relevante? ¿Acaso comparar la mecánica burocrática de la aplicación de estas leyes -la forma en que interviene el gobierno central, diversos ministerios, la policía, la manera en que se produce y se fragua la prueba-  tampoco vale la pena? ¿Y comparar estadísticas de expulsados, cotejando esos datos con los datos censales?

Creo, ahora sí para cerrar, que estas preguntas y herramientas metodológicas pueden ayudarnos a avanzar –sin miedo- en el terreno de las síntesis, de los ensayos de larga duración, amplios en cronología y también amplios en sus ambiciones geográficas. Sin miedo, digo, rompiendo con el presupuesto, ciertamente colonizado, de que los latinoamericanos estamos condenados a los estudios de caso. No tengo dudas de que esta red, estos encuentros y estas cercanías, nos dan fuerza para avanzar en esa dirección.

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