De largo aliento: Los rostros del Zumaque

Por Miguel Angel Campos

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(Mene Grande, Zulia. Equipo de perforación portátil usado en la perforación del Zumaque 1 y Zumacaya 1. Fotografía John A. Stokes. Octubre, 1914)

 

 

El pozo Zumaque 1 fue completado con éxito el 15 de abril de 1914. La documentación es inobjetable: desde Aníbal Martínez hasta Miguel Tinker Salas, pasando por Crespo, Barberii, desde Ralph Arnold hasta la crónica oral, el acuerdo es unánime. En su Cronología del petróleo en Venezuela (1969), Martínez ni siquiera destaca el 31 de julio. Las razones por las que el gobierno venezolano conmemoró los 50 años el 31 de julio de 1964 no están argumentadas y parecen más bien fruto de una elección mal informada y peor sustentada. La biografía del pozo encuentra en la documentación datos recurrentes desde su inicio, el 12 de enero de ese año hasta 1916, cuando Ralph Arnold y el equipo de geólogos cierran la labor de prospección iniciada en 1911.

Datos técnicos como altura, profundidad, densidad del crudo, nombres de los miembros de la cuadrilla, costo total de la perforación (equipos, insumos, salarios), están consignados en las libretas de campo, los informes de los supervisores, cartas y memorias, y sobre todo en el libro The First Big Oil Hunt: Venezuela, 1911-1916, (1960), de Arnold, Barrington y Macready. Recién en 2008 esta obra capital para la historia de la exploración petrolera en Venezuela fue traducida al español, con el impersonal título Venezuela petrolera. Primeros pasos, 1911-1916; su editor fue Andrés Duarte Vivas, y su traductor, Héctor Pérez Marchelli. Los autores organizan una especie de memorial de aquellos años de exploración y prospección. Muy temprano Arnold recomendó el inicio de inmediato de un pozo exploratorio, y el punto que indicó estaba a 85 msnm, un perfecto anticlinal, lugar conocido después como Cerro la Estrella. Prácticamente el pozo exploratorio es el descubridor del Campo Mene Grande, pues antes de él sólo hubo acarreo de flujos superficiales, los seepage, manaderos. En los meses siguientes el propio Arnold debió seguir con atención el curso de la actividad del pozo; en su libro está consignada la producción inicial: 200 bd, aunque Aníbal Martínez está en desacuerdo con esta unidad de medida, que a su juicio es disparatada y nada tiene que ver con el sistema métrico decimal. Debe hablarse entonces de metros cúbicos, y esa medida es la que usa a lo largo de su libro Cronología del petróleo en Venezuela, traducción de la  edición inglesa de 1967. De acuerdo con los datos del cónsul de EE.UU, el pozo rindió en los primeros días 10 bd, de una densidad que estaría alrededor de los 20 API. Este mismo diplomático envía un informe a las autoridades de su país alertando sobre lo que considera “an invandig army [los británicos] reaping profits in Venezuela”–un ejército invasor sacando provecho en Venezuela.

Tras el Zumaque 1 hubo una sucesión de “reventones”, la Caribbean Petroleum acató no sólo aquella primera recomendación y pronto dio inicio a la perforación de otros pozos. El hecho de que los hallazgos posteriores resultaran más rendidores, y no por poco margen, tal vez nos pueda dar una pista de por qué el Zumaque 1 pierde protagonismo. La serie de esos pozos (alrededor de 15) corresponde a las letras ZUM; era una manera de identificarlos con el Campo en un país donde se buscaba petróleo en los cuatro puntos cardinales, decenas de campos surgían todos los años y esa especie de codificación era muy útil. Decir ZUM era ubicar el occidente y la costa oriental del Lago de Maracaibo, o más ceñido aun, los de un lote.

Otro hecho para el sumario es la desaparición de la Caribbean Petroleum Company como empresa autónoma, adquirida por la Royal Dutch; su historia e identidad se diluyen en el trust Shell. Quizás para el 31 de julio de 1914 el Zumaque 1 tiene poca relevancia en la rutina del Campo Mene Grande, ese día ocurre un hecho previsible pero que modifica la saga oral del pozo: el flujo se dispara y el drenaje sube drásticamente. Como lo asienta Tinker Salas: “On 31 July Venezuelan and United States operators of Zumaque No. 1 struck larger deposits, and Venezuela entered a new era of comercial production”. El mismo autor advierte más adelante que esta fecha admite duda– “Sources differ on when the well began production”. Pero aquél es el dato que la burocracia retuvo para establecer la entrada del país a la producción comercial. Todo lo producido hasta ese momento figuraba en una estadística y en una contabilidad. Y este revival, como un acto de fuerza, tiene un sentido, llamó la atención sobre el lugar desplazado, pues estaba llamado a ser eso, un locus mítico. Por su elevación, la única de la zona, por su persistencia, en 1974 fue despejado y se profundizó unos cien metros. Convertido en fuerza vital, síntesis de un origen transformador, el pozo enfrentó a los olvidadizos, a los ingratos. Rugió, animal modelado por el fuego, desde las entrañas reivindicó su función tutelar; de no haber ocurrido esta nueva erupción el padre no se llamaría así, sino tal vez Zumba, Zumaya, Zumbador –éste descargó un promedio de 25.000 bd en los primeros meses, y en ese mismo año. Recogido en represas, grandes hoyas practicadas en el suelo, casi nada se perdió de la fontana del Zumaque 1, embarcado por San Timoteo, en el puerto natural de Motatán de Agua; su destino debió ser Aruba.

No se tiene idea de la magnitud del riesgo de iniciar una perforación en aquellos tiempos, de prospección sólo físico-geológica, instrumentos y métodos sismo-magnéticos son de años después. Había un término para designar aquellas perforaciones casi al azar, sin surveys ni sondaje: wildcat. Fue en 1934 cuando se comenzó a usar procedimientos sismográficos. Era frecuente abandonar pozos al cabo de 700, 800 días de trabajo y tras haber alcanzado unos 4 mil metros. Sólo las condiciones sociales, que se traducían en ventajas jurídicas, las cuales permitían una amplia discrecionalidad por parte de las empresas, podían compensar la cacería infructuosa y mantener la resistencia. Muchas pequeñas compañías se retiraban o eran adquiridas por los consorcios capitalistas de envergadura; de hecho para los años previos a la nacionalización, Shell y Creole tienen el control de todas las concesiones. La lista de compañías operando entre 1922 y 1940 es, pudiera decirse, nutrida. Así que esa primera producción tuvo no sólo un valor emblemático sino financiero y de realización, tanto para la compañía como para el país, si bien sólo hacia 1917 puede hablarse de regularidad en la exportación; y es en 1922 cuando los ingresos de la explotación desplazan otros rubros y las cuentas públicas ya se saldan en buena medida con la renta fiscal.

¿Por qué entonces relegar aquella fecha cuando en 1964 se acuerda establecer oficialmente la entrada del país a la era del petróleo? Supongo que la fecha de abril se fue relegando en el curso de esos años, y eventualmente la de julio la reemplazó en la documentación burocrática. Pero hay otro documento clave, entre el 9 y el 18 de septiembre de 1951 se celebró en Caracas una Convención de Petróleo organizada por el Ministerio de Minas e Hidrocarburos, las memorias fueron publicadas en una cuidada edición ese mismo año. Todo el proceso de explotación está expuesto en ocho capítulos, el capítulo II, Exploración, fue redactado por personal combinado de las tres principales compañías que operaban en ese momento en Venezuela y funcionarios de calificadas instituciones como el Seismograph Corporation of Delaware. Vale la pena citar el párrafo completo donde se afirma sin lugar a dudas la fecha de abril: “The first oil field to be discovered in the Maracaibo Basin was Mene Grande, on the east side of Lake Maracaibo, by Caribbean Petroleum Co., an affiliate of Barber Aspahlt which was taken over by the Shell Group in 1916, and it is this latter company that actually developed the field. The discovery well, Zumaque No. 1, was completed as a commercial producter in Abril 2014”. Completado como productor comercial, la indicación es concluyente –y tratándose de una publicación oficial que a una distancia aún no tan dilatada reivindica datos de la misma Shell, debiera ser suficiente.

Olvido y dilución; parece claro que la insuficiencia de la memoria social, la consideración de sus hitos y la precariedad de nuestros protocolos hizo que se optara por ese registro posterior, prestigiado por el volumen. Fue fácil desplazar la geología por una convención; así el mito quedaba fracturado. Esto podría explicar por qué cuando en nuestro país se nombra el petróleo, todos hablan de economía; todo el imaginario y los traumas de una cultura quedan relegados. Miedo a lo primordial llamaríamos esa compulsión, la de sustituir configuración por forjamiento, ya no nos determina el mito sino la conseja, el acuerdo del momento que impone a lo majestuoso su moda, y cuando se trata de intereses públicos, al mal gusto se añade la usurpación.

No era, después de todo, la primera vez que una fecha, un suceso o incidente, se ajustaban a las conveniencias del día; tampoco la última. En 1945, los maestros rechazan acoger el natalicio de Andrés Bello (29 de noviembre) como su día de advocación, y afirman la fecha de creación del gremio. La larga carta de Prieto Figueroa abunda en razones corporativas. El destinatario, Briceño Iragorry, autor de la propuesta, se limita a contrastar la significación de Bello con la de un acto forense, y hasta hoy ha quedado la del 15 de enero –la enrevesada conciliación de Prieto Figueroa pretendía que Bello debía sumárseles, y de esa manera celebrar así el tal día a Bello, maestro. Los enfermeros de Gómez anuncian su muerte el 17 de diciembre para hacerla coincidir con la del Libertador, pues Gómez había nacido el 24 de julio. El 5 de marzo de 2013, los enfermeros del autoproclamado hijo de Bolívar anuncian su muerte, el mismo día de la de Stalin. En fin.

Es como darle al 5 de julio de 1811 una preeminencia fundada en un registro de testigos bien trajeados y subordinar el 19 de abril de 1810 como una reunión de compadres. Saltamos de Colón a los cronistas del siglo XVII, pero han sido ignoradas las cuatro cartas que entre 1534 y 1541 escribió Felipe von Hutten, en puridad la primera visión de Venezuela. Recién en 2005 se hizo una traducción española, y venezolana (publicada por la Universidad Católica Cecilio Acosta). Entre los informes del equipo de Arnold y la descripción del escenario del Barroso 2 hecha por Pittier hay un país revelado, casi primordial; en aquellos se fija un inventario desde la mirada del deseo, pero los relatores de esa avanzada están caracterizando una naturaleza nueva: ya no el acopio de la cornucopia sino el de los bienes de una sociedad que en los siguientes cien años deberá sacar de ella un identidad. El cuadro que nos deja Pittier es apocalíptico, la campiña devastada, la vida auroral degradada, y no por el aceite inmovilizador, sino por el derroche de una riqueza que se derrama sobre los ahítos sin sosiego. Si todo puede ser movido, removido, refundado, significa que no hay raíces, la memoria colectiva no se alimenta sino de las conveniencias del día, nada reclama a los manipuladores, y es posible ir a buscar en el pasado la legitimación del presente. No hay iluminaciones tutelares, ni desgarros exorcizadores. Si el Barroso 2 lo ciega el colapso de sus paredes arenosas o la imprecación de San Benito, si el Zumaque 1 despeja su garganta por la presión del cretáceo o la reconvención, eso nada dice a los desprevenidos, pero en el catálogo de vanidades de la frágil vida civil tal vez aquellos sucesos sean hitos más reales, prodigios naturales asumiendo la representación moral de unos habitantes de escasa aptitud cósmica.

En 1964, cuando se establece la fecha oficial, el libro de Arnold (TheFirst Big Oil Hunt: Venezuela, 1911-1916) tenía ya tiempo publicado; de haberse traducido antes habría conseguido generar algún impacto entre los historiadores. En general, la vida académica no mostró interés por aquel testimonio, pieza esencial de la organización de una saga. Pero el expediente no alteró el sumario porque no fue considerado. En el extravío y la indiferencia que supone la investigación documental de nuestra identidad, la sustentación de una fecha conmemorativa no requería mayores soportes; a fin de cuentas, se trataba de una cronología minera. Si el reconocimiento de una ontología aún no llega, qué podría esperarse de la diligencia burocrática para acordar un origen; para ellos sólo el punto de partida de un ciclo económico.

En 1950, a Enrique Bernardo Núñez aún no se le apagaba el resquemor por la designación del araguaney como árbol nacional, que sólo tuvo en cuenta su vistosidad y no consideró razones históricas y paisajísticas. Sobre eso dice: “Elegir un árbol nacional no es futileza, como a primera vista parece, la existencia de los pueblos llega a identificarse con los árboles”. Luego nos da una relación de aquellas especies atadas al devenir y consignadas en memoriales y la literatura –samanes, ceibas, palmeras, apamates.

No ha debido ser una elección, como la de una reina de carnaval, sino un reconocimiento: de la floresta nominada y la geografía, de un símbolo trabado al quehacer. “Un árbol es lo que menos puede improvisarse”. El hecho muestra una carencia que ya había señalado Briceño Iragorry: la de sentido del paisaje, esa incapacidad del venezolano para reconocerse en un hábitat. Finalmente da su aprobación al samán, al que llama “nuestro árbol sagrado”, y contrasta su estatuto con la del elegido: “En su presencia el araguaney vine a ser como una poesía de abanico frente a un poema antiguo y venerable”.

El carretón tirado por bueyes que arrastra el aparejo de perforación resume el encuentro de naturaleza y titanismo. La imagen consignada por Arnold retiene un momento inaugural y nos hace espectadores, nuevamente, de un rito donde ya estábamos retratados sin saberlo. En primer plano asoman dos hombres con el torso desnudo; parecen saludar el día, sonrientes, la piel brilla al sol y el color no es menos relevante: una mezcla de la tierra pálida y el oscuro uniforme de los menes. La leyenda indica que es el equipo usado en el Zumaque 1 y el Zumacaya –un Star boiler. Creo que esa imagen vale por toda una genealogía, son los primeros hombres marchando sobre un tierra hallada, que nadie había prometido; es el sudor fertilizando una apropiación, emergiendo desde el fondo de una era de caudillos y tierra martirizada. Esos dos hombres son heraldos que saludan los próximos cien años.

Cómo, entonces, podría ser aquella una fecha movible, cómo podrían ese lugar y ese pozo ser intercambiables; un pozo es lo que menos puede improvisare, diríamos. Milagrosamente, los nombres de aquella cuadrilla fueron preservados, asentados en un pergamino del cretáceo y dados a resguardar a un gigante cetáceo: la memoria sellada del arquetipo. La cuenta discrimina entre salarios, equipos y materiales, el tiempo vigilado en una brevedad de cosecha o maná; nos resulta algo como la gestación de una madre por la que todos esperan. Si esa riqueza es un azar geológico, su aceptación obligaba a una regularidad que conjurara lo azaroso, y suponía fundar desde la gratitud, para hacer de la donación el punto de partida de un mundo previsible, que permitiera ordenar fuera del sobresalto, calcular sin alevosía, descansar soñando.

En estos días he visto el Cerro la Estrella de lejos; la novedad en el horizonte son esa miríada de ranchos, que parecen reptar a su alrededor. La vegetación persiste adaptada a sus nutrientes de gas metano y caliza, componen un barro oloroso que te marea cuando desembarcas en la estación de combustible. De resto, Mene Grande sigue siendo el campamento que da una capital al distrito Baralt hacia 1940. El vendedor de pastelitos, el chichero, el mendigo de mis días de infancia siguen allí. Los días exultantes de su campo ABC y del Comisariato, su liceo y la clínica San Rafael no dieron paso sino al buhonerismo informe: hoy en el campo los apurados módulos de una universidad pública ven entrar y salir estudiantes amodorrados que nada saben de una épica que allí comenzó en 1914 –tampoco les interesa. Me pregunto hoy, en un trance donde el desencanto es el sentimiento menos trágico, qué ocurrió. Los deslumbrados que llegaron huyendo de la tristeza, esos peones puestos a confrontar su destino, tenderos y zapateros, lavanderas y relojeros, expendedores de sopas en la algarabía del mediodía, vendedores de telas por cuotas, el abogado de camisa planchada todos los días, el maestro solemne, ¿qué hicieron con tanto optimismo? Terminaron ensimismados en sus negocitos, desestimaron el horizonte, me digo o me miento, benévolo. Cómo se remodeló ese Nemesio Arismendi que, en la novela de Otero Silva, Oficina No. 1, llega al pueblo a rematar una carga de cerveza y termina convertido en Jefe Civil.

En su Historia de la rebelión popular de 1814 (1968), Juan Uslar Pietri incluye un capítulo titulado “El pulpero de Taguay”; es un rápido perfil de Rosete. Este hombre es elevado desde su mesón de “quesos llaneros, papelón, manteca de cochino, chicharrones y vinos de España” a la posición de Comandante, Gobernador de Camatagua y jefe de los ejércitos del Rey. Se trata de un hombre que dispuso de los mayores recursos (en términos de acceso a los bienes materiales existentes), de absoluta discrecionalidad y del apoyo de esclavos, llaneros, pardos, que se le sumaban como por encanto desde la promesa de redención del pillaje y la degollina de los blancos. Este es su retrato: “con modales que causaban horror, siempre con palabrota en la boca y desnudo de la cintura arriba, mostrando una panza llena de pelos, poderosa y cerrera; su figura ruda y popular era el símbolo del movimiento democrático, su esencia más pura”. Ciertamente, es el caudillo salido de las patas de los caballos (como dice Sarmiento). Este Rosete hace palidecer al propio Boves en su voluntad de destrucción, en la dimensión de su crueldad blasfema –el 11 de febrero pasó a cuchillo la población entera de Ocumare: “les cortan las narices y las orejas, a los hombres las partes sexuales, a las mujeres los pechos”.

A Augusto Mijares le producía indignación la frase de Juan Vicente González que califica a Boves de primer jefe de la democracia venezolana, en más de una oportunidad se ocupó de refutarla. Pero esa asociación entre democracia e igualitarismo, que hace de aquélla repartición de un botín, pillaje, crimen y demagogia de la abundancia –atizando odio y resentimiento–, ha prevalecido en los sueños, o las pesadillas, de los irredentos. A tal punto es así, que a nuestro más reciente caudillo pudiéramos llamarlo sin apuro, y con toda justicia, “El pulpero del Zumaque”.

 

FUENTES

Ralp Arnold, George Macready, Thomas Barrington. Venezuela petrolera. Primeros Pasos, 1911-1916.Fundación Trilobita.Caracas, 2008, 371 pags. [The First Big Oil Hunt: Venezuela, 1911-1916. Vintage. New York, 1960]

Aníbal Martínez. Cronología del petróleo en Venezuela. Editorial Librería Historia. Caracas, 1969, 261 págs.

Enrique Bernardo Núñez. Árboles (recopilación de Trino Borges). PROMOCION CDCHT, ULA. Mérida, 2004, 111 págs.

Henri Pittier. Exploraciones botánicas, y otras en la cuenca de Maracaibo. Ministerio de Agricultura y Cría. Caracas, 1948, 246 págs.

Iván Salazar Zaid. Aspectos históricos del Zulia. Editorial El perro y la rana. Caracas, 2012, 150 pág.

Miguel Tinker Salas. The Enduring Legacy. Duke University Press. Durham, 2009, 324  págs.

Juan Uslar Pietri. Historia de la rebelión popular de 1814. Edime. Caracas, 1972, 225 págs.

National Petroleum Convention. Text of Papers Presented at the National Petroleum Convention, Caracas, Venezuela, September 9-18, 1951.United States of Venezuela, Ministry of Mines and Hydrocarbons. Tulsa, 1951, 419págs

Glosario de la Industria Petrolera-Glossary of the Petroleum Industry. (12.000 technical terms). The Petroleum Publishing Company. Tulsa, 1973, 316 pág.

The Petroleum Handbook.Compiled by Members of the Staff of the Royal Ductch-Shell Group.  Shell Petroleum Company Limited. London, 1948, 658 pág.

 

 

Publicado originalmente el 12.4.2014 en Papel Literario de El Nacional. Caracas. http://www.el-nacional.com/papel_literario/largo-aliento-rostros-Zumaque_0_389361184.html

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