¿Una historia global de la Ilustración?

 

En 1784, una revista alemana publicaba la respuesta de Immanuel Kant a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? Con 60 años cumplidos y un prestigio académico que irradiaba por toda Europa, la Ilustración concebida por Kant no solo desplegaba una inédita confianza en la razón para combatir las supersticiones y transformar el orden establecido, sino que también instalaba una consigna extensiva a todos los hombres: ‹‹Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento!››

 

Al igual que los philosophes de otras latitudes, Kant encarnaba ese convencimiento, tan propio del Siglo de las Luces, de poder liquidar las tinieblas del oscurantismo, alcanzar la libertad e iluminar a la humanidad con la luz del pensamiento racional. Michel Foucault afirmó que junto con aspirar a la emancipación del hombre de toda tutela externa a través del pensamiento propio, la Ilustración fue el primer proceso cultural que tomó conciencia de sí mismo nombrándose, situándose respecto a su pasado y futuro, y definiendo su lugar al interior de su propio presente (Michel Foucault. “Qu’est-ce que les Lumières ?”, en Dits et écrits, Tome 2, Paris, Gallimard, 2001).

 

Por esta razón, los intelectuales europeos del siglo XVIII que contribuyeron a la realización de ese complejo proceso no pueden ser clasificados en un monolito reduccionista, puesto que cada uno desplegó sus inquietudes en distintos campos del conocimiento. La búsqueda de la felicidad, el universalismo de la razón, el lugar de la religión en la sociedad y la cuestión de tolerancia religiosa, las ciencias de la naturaleza, el derecho y la moral, el problema de las formas de gobierno y la noción de soberanía, la educación, las costumbres y el progreso, fueron solo algunos de los problemas revisitados por una serie de pensadores que rompieron los dogmas establecidos hasta entonces.

 

En The Enlightenment: And Why It Still Matters (Oxford University Press, 2013), Anthony Pagden aborda las tramas que rodean a la filosofía política y la ciencia ilustrada en el contexto de la historia moderna. Pagden, profesor de la UCLA, uno de los más importantes especialistas en historia intelectual y autor de numerosos libros y artículos sobre la expansión de los imperios modernos (Lords of all the World: Ideologies of Empire in Spain, Britain and France c.1500-c.1800; Worlds at War. The 2.500 Year Struggle Between East and West) y la teoría política (The Languages of Political Theory in Early-Modern Europe), apunta que el proyecto ilustrado habría tenido un importante desarrollo en las grandes metrópolis europeas. Paris, Edimburgo, Ámsterdam y Nápoles representan los diferentes locus donde el escepticismo, el universalismo o cosmopolitismo y el cientificismo, abrieron vías para el surgimiento del librepensamiento.

 

Desde esos espacios, los ilustrados del siglo XVIII construyeron una ciencia secular abierta al escrutinio de individuos racionales que puso en el centro del pensamiento el análisis empírico de las sociedades humanas. Esta ciencia habría logrado demostrar cómo el clima, la historia y la guerra ya no eran la consecuencia de un modelamiento divino legitimado por la teología sino el resultado de fuerzas naturales y sociales que intervenían en la relación del hombre con su entorno. En este sentido, las ciencias humanas demostraron que junto a la civilización de las costumbres –concepto creado por Norbert Elias (La civilisation des moeurs, Paris, Agora, 2003)- las sociedades progresaban en el desarrollo de su bienestar al mismo tiempo que instauraban nuevos valores y modos de relacionarse. Así, la meta de algunos de los pensadores del siglo XVIII fue construir una sociedad cosmopolita que compartiera los valores legales y culturales que engendrarían paz y prosperidad en una escala global. La idea de la paz perpetua trazada por Kant, es el signo inequívoco de ese proyecto universalista.

 

Desde esta mirada, el interés de Pagden por el pensamiento de la Ilustración no responde a un afán erudito; su revisionismo reafirma la resonancia contemporánea de ese proyecto político y sociocultural. Si para algunos los fundamentos trazados por Voltaire, Hume y Rousseau refieren a un pasado vetusto, Pagden encuentra allí los vasos comunicantes hacia el liberalismo moderno y sus esfuerzos por crear un marco normativo para el derecho internacional y la coexistencia pacífica entre los Estados y las naciones.

 

Las diversas capas intelectuales que se revelan en su libro se arraigan en una historia que va desde la Reforma protestante a la Revolución Francesa, pero no pueden ser explicadas completamente por este devenir histórico. Según Pagden, la meta de la Ilustración era arrebatar a los teólogos el esfuerzo por comprender el significado del ser humano, premisa desde la cual surgieron dos grandes polémicas: en primer lugar, que los seres humanos son únicos pero no en virtud a una eventual semejanza con la divinidad; y en segundo lugar, que todos los hombres comparten una naturaleza común cuyo impulso más fuerte los orienta hacia la vida social.

 

Si bien los pensadores de la Ilustración constituían un grupo heterogéneo y con diferentes inquietudes, Pagden demuestra que, aunque sería equívoco estudiarlos bajo una postura intelectual común, el diálogo permanente que mantuvieron estos científicos, historiadores, filósofos, naturalistas y poetas franceses, ingleses, escoceses, italianos, alemanes y españoles, fue la clave para que el uso crítico de la razón se convirtiera en el lenguaje de la imaginación política moderna.

 

En medio de las ruinas de las certezas heredadas del cristianismo y el medioevo, las transformaciones enunciadas por los pensadores y científicos del siglo XVIII son el objeto de un libro que, a contrapelo de sus críticos, defiende a la Ilustración como un proyecto universal cuyos rizomas adosados al mundo clásico poseen una vigencia definitivamente contemporánea.

 

Con todo, hay preguntas que a causa del eurocentrismo con que Pagden desarrolla sus argumentos impiden comprender las complejas dinámicas de las transferencias intelectuales en un contexto global de eclosión del pensamiento internacional. ¿De qué manera interactuaron los pensadores ilustrados de los principales centros culturales europeos con los estudiosos de los espacios periféricos? ¿En qué medida la recepción de sus obras se tradujo en asimilación de sus ideas o en objeto de crítica y reelaboración de la epistemología europea? ¿Bajo qué condiciones se desarrollaron nuevas formas de pensamiento paralelas, complementarias o contestatarias al proyecto ilustrado estudiado por Pagden? Por otra parte, el mismo afán global que marca la trama de este libro pasa por alto los matices locales que, en diferentes espacios, escalas de tiempo y temas, ya han sido estudiados anteriormente por historiadores como Jorge Cañizares-Esguerra, Stuart Schwartz, Gabriel Paquette, entre otros.

 

Estas y otras preguntas podrían iluminar la resonancia de la producción científica, política y religiosa del Siglo de las Luces fuera de los centros imperiales de Europa, para así comprender sus conexiones y repercusiones tanto en el mundo hispanoamericano como en las otras latitudes del orbe.

 

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