Las mujeres, las enfermedades y el ejército porfiriano
Nota: Este texto se publicó previamente en el blog personal del autor, Facetas Históricas.
México, durante el Porfiriato, atravesó por una etapa de profunda transformación. Una transformación que debía darse según la visión de las élites rectoras de la sociedad. Estos cambios estaban dirigidos a revertir las condiciones de pobreza, ignorancia, criminalidad y suciedad que habían infestado, según los teóricos de la época, a las clases sociales menos favorecidas desde décadas atrás. Estas condiciones, se creía, eran las culpables de que el país no hubiese podido despegar en el progreso requerido para estar a la altura de las potencias mundiales del momento, pues los elementos que se suponían debían de contribuir con su fuerza de trabajo estaban demasiado débiles, enfermos o embrutecidos por diversas sustancias (como el pulque o la marihuana), como para participar activamente con su fuerza de trabajo en la transformación del país.
Este ideal de regeneración social permeó una serie de ámbitos de la sociedad porfiriana: la justicia, el urbanismo, el ejército, etc.
Este último, el ejército, fue una de las instituciones donde más atención se puso, pues su efectividad y actuaciones en las décadas anteriores al Porfiriato urgían que se revisara a fondo sus estatutos, y se reformara a este cuerpo armado para colocarla al nivel de los ejércitos de las primeras potencias del mundo.
Ya se ha discutido, en este mismo blog, algunas de las medidas (y sus consecuencias) respecto a la reforma del ejército federal porfiriano en relación al reclutamiento, profesionalización y problemáticas al interior de la institución, pero poco o nada he comentado sobre las medidas de corte higienista que se tomaron o se proyectaron tomar, con el fin de mantener a sus miembros —especialmente a los individuos de tropa— saludables, pues la enfermedad era sinónimo de bajos rendimientos, gastos extraordinarios, muertes, bajas temporales, etc., por lo que se buscó, mediante diversas medidas, mantener a los miembros de la milicia tan saludables como fuese posible.
Esto no siempre pudo lograrse, recordemos que para entonces aun no había sido desarrollada la vacuna contra la fiebre amarilla, y que era esa la enfermedad más común en las zonas costeras y calientes de la República, una de las cuales, Yucatán, se encontraba bajo el asedio de las fuerzas del gobierno contra los mayas rebeldes, quienes finalmente sucumbieron al caer su último reducto, Chan Santa Cruz en 1901.
Para contrarrestar lo mejor posible los efectos de enfermedades como la fiebre amarilla, se tomaban diversas medidas, una de las cuales fue levantar hospitales en zonas de clima saludable para atender a los enfermos, como sucedió en Xalapa.
Sin embargo, los efectivos del ejército se encontraban sujetos a la amenaza de la enfermedad aun cuando no se encontraran en campaña en zonas insalubres, en sus cuarteles también podían verse víctimas de una serie de dolencias que afectaban el servicio y, por ende, el funcionamiento del cuerpo como tal. A las enfermedades como factores de afectación a la salud y capacidad de los individuos para llevar a cabo el servicio, hay que sumarle los vicios, especialmente la adicción al alcohol y a algunas drogas, como la marihuana, que provocaban no solo un pobre desempeño por parte del consumidor, sino que podían ocasionar riñas y, como resultado, lesiones o hasta la muerte lo que, sobra decir, impactaban negativamente en los deberes de los individuos y de los cuerpos en general.
Pero otra “fuente de enfermedades” durante la época y en la que los higienistas de la época comenzaron a poner atención —al menos en lo que se refiere a las afectaciones en el ejército—, fue la mujer. Recordemos que el componente femenino fue de gran importancia tanto en el ejército federal de las épocas de Don Porfirio, como posteriormente lo fue para los ejércitos de las diferentes etapas armadas de la Revolución Mexicana.
En el caso específico de la institución marcial porfirista, las mujeres recibieron el nombre de “soldaderas”, las cuales fueron descritas por un autor de la época, Julio Guerrero, como las mujeres de los efectivos de tropa, cubiertas de andrajos y que no conocían el uso del jabón y del calzado, además de que
durante el día no tienen más hogar que la calle, y la cuadra del cuartel en la noche. Sentadas en la banqueta, con el perro a sus pies y el muchacho recostado contra el canasto, forman frente a los cuarteles grupos que ocupan media calle; acompañan al marido o amasio en sus marchas militares, llevando cuestas al niño de brazos, el canasto lleno de ropa y trastos de guisar. En el campo abandonado de batalla llevan agua a sus deudos heridos y despojan a los muertos del vestido, dejando sólo un calcetín a los oficiales para que por él pueda reconocerse su categoría.[1]
Sin embargo y siguiendo lo dicho por Francisco Luis Urquizo, las soldaderas jugaron un papel vital para completar el escaso rancho que sus “juanes” recibían en el cuartel, pues con parte o la totalidad del haber del soldado, se daban habilidad para conseguir “buenas cosas en la calle”, llevando en las canastas “guisitos sabrosos” y, cuando era posible, se daban maña para meter “un trago de vino bien escondido entre el jarro del caldo o en alguna tripa entre sus enaguas”.[2]
A esos “guisos sabrosos” había que añadir la marihuana, que era introducida también con mucha habilidad “entre los corpiños, en las enaguas o entre los pañales de las criaturas de pecho; en otras ocasiones lo que parecía que era caldo en una olla no era sino alcohol; la ollita del café era sólo aguardiente pintado de negro y entre las tortillas o entre el pan iba la yerba”.[3]
Este tipo de prácticas originaron incluso un escándalo en el cuartel del 13º batallón, en el que el diario El Popular aseveró la existencia de una cantina al interior de dicha instalación. Cuando se inquirió sobre el asunto al comandante de la guarnición, el general coronel Mariano Ruiz respondió que tales afirmaciones eran completamente inexactas y que todo se había debido a un mal entendido, aunque en efecto, concedió el general Ruiz,
se permite a ciertas mujeres que garantizan no introducir alcohol, el que entren a vender comida, fruta y otras golosinas que no dañan al Soldado […] pues está prohibido terminantemente la introducción de bebidas alcohólicas y mariguana [sic], cumpliendo lo prescrito en la Ordenanza general del Ejército y demás disposiciones relativas, así como por el bien particular de la reputación y moralidad del Cuerpo que tengo la honra de mandar.[4]
Este tipo de cuestiones, es decir, el hecho de que se permitiera la entrada de las mujeres al cuartel preocupó a los higienistas (y a los moralistas, desde luego) de la época, pues daba cabida a que estas mujeres mantuvieran relaciones sexuales con uno o más de los juanes en el cuartel, lo que podía provocar (y de hecho provocó) que buen número de soldados se vieran afectados por enfermedades de transmisión sexual, lo que costaba dinero para tratar a los efectivos, así como la efectividad del cuerpo, al verse mermado en su número.
Por este motivo, se publicó la circular 361 de 29 de febrero de 1904 mediante la cual se reformaba el reglamento para el servicio de sanidad en tiempo de paz.[5] Esta circular incluía diversos artículos, algunos de los cuales me parecen bastante interesantes y que me gustaría mencionar:
El artículo primero dice: “Las mujeres que no estén ligadas con el soldado con vínculos legales, no tendrán entrada a los Cuarteles y Establecimientos Militares sino una vez cada diez días. En cada guarnición se señalarán los días de visita para cada Cuartel”.
El artículo segundo menciona: “Para que una mujer tenga entrada al Cuartel el día de visita, deberá justificar que ha sido reconocida y declarada sana precisamente el día anterior a la visita. Esta justificación se hará por la mujer ante el Oficial de guardia presentando su libreto (conforme al modelo número 1) bajo la firma de un Médico militar que está sana. El Oficial de guardia tendrá cuidado de arrancar la hoja correspondiente para entregarla a la Oficina del Detall con el parte respectivo”.
El artículo 3 afirma que: “El reconocimiento de las mujeres se hará en los hospitales militares, enfermerías y a falta de éstos en el local donde determine el Jefe de las Armas por los Médicos militares o civiles destinados al efecto”.
El artículo 8 manda que: “Como complemento de estas medidas y como medio de sorprender en un principio las enfermedades venero-sifilíticas, se practicará cada diez días por el Médico del Cuerpo, precisamente la víspera del día de la visita de las mujeres al Cuartel, un registro de órganos genitales de los soldados disponiendo que pase inmediatamente al hospital todo aquel que presentare una lesión susceptible de ser transmitida”.
El artículo 11 señala que: “Las mujeres que estén ligadas con vínculos legales con los soldados comprobando ante el Jefe del Cuerpo que son madres, hermanas, esposas o hijas de algunos de los soldados, se les permitirá la entrada al Cuartel cada vez que el Jefe del Cuerpo lo autorice, excepto el día de visita de las otras mujeres a que se refiere el Capítulo 1º; debiendo proveerse de una libreta (modelo número 2) que extenderá la Mayoría del Cuerpo en la cual se colocará el retrato y la media filiación de la interesada. Esta queda obligada a refrendar cada vez el permiso para lo cual en los días señalados al efecto se presentará al Mayor que debe autorizar este documento con su firma”.
Para finalizar, el artículo 12 alude a que: “Si durante el tiempo que usen de ese permiso se averiguare que han sido causa del desarrollo de una enfermedad venero-sifilítica, les será retirado el permiso y no podrán volver a entrar al Cuartel sin que se sujeten al registro sanitario ordenado para las otras mujeres en el Capítulo 1º”.
No he colocado aquí todos los artículos que constituyen la circular, para no hacer más aburrida la lectura de este texto, no obstante, dicha circular puede encontrarse completa para su descarga en el enlace correspondiente al final del post.
Ahora bien, ¿Qué se saca en limpio de estas medidas? En primer lugar la gran preocupación de las autoridades militares y sanitarias por poner un freno a lo que parece ser un fenómeno en crecimiento, pues tan sólo en el año de 1900, se registraron 2,500 nuevos casos de enfermedades venero-sifilíticas que, si bien no representaban riesgo de muerte, importaban tiempo y dinero invertidos en la recuperación de los soldados, con el consiguiente impacto en la efectividad de su respectivo batallón.
Los artículos también destacan el poder dado al “oficial de guardia” para negar o permitir el acceso de las mujeres al cuartel, lo que debió de haberse prestado, en algunos casos, para la comisión de irregularidades en las que dicho oficial debía de sacar algún beneficio de tipo económico e, incluso, sexual, contribuyendo con ello a agravar el problema de la probable transmisión de enfermedades.
También se hace alusión a hospitales y locales militares dedicados a atender la salud. Si tenemos en cuenta que es durante esta época que apenas se comenzaban a dar los primeros pasos para la construcción de las grandes estructuras hospitalarias, y que eran los inicios de los esfuerzos por llevar o, mejor dicho, instaurar prácticas higiénicas en las diversas poblaciones de la República, podremos concluir que, o bien las revisiones a las mujeres no se dieron o, cuando se dieron, no se ejecutaron con la puntualidad y precisión que ordenaba el artículo respectivo, por tanto, muy probablemente estas medidas para controlar las enfermedades, especialmente las de tipo venéreo, no dieron el resultado que se esperó.
No obstante las dificultades en la implantación por parte de las élites rectoras de una cultura más “sana” para el grueso de la población, los esfuerzos que se hicieron constituyeron los primeros pasos para dotar a México no sólo de una infraestructura moderna en la cual pudieran atenderse todo tipo de dolencias, sino de una cultura que instituyera en la conciencia del mexicano la “limpieza” como fase primigenia de la salud social.
Es incierto el verdadero impacto de la circular en los cuarteles ubicados a lo largo y ancho de la República, pero es un documento indicativo de las vicisitudes que en el ramo sanitario y militar se encontraba viviendo el país entonces, así como de las corrientes ideológicas que llegaban a México relativas a la regeneración social por medio de prácticas higienistas.
Descargar: Circular 361 de 29 de febrero de 1904 que reforma servicio de sanidad.
[1] Julio GUERRERO, La génesis del…, 1996, p. 135.
[2] Francisco L. URQUIZO, Tropa vieja, 2002, p. 117-118.
[3] Francisco L. URQUIZO, Tropa vieja, 2002, p. 88-89.
[4]Diario Oficial, 27 de febrero de 1900, t. XLVI, p. 1. La sede de dicho batallón era La Piedad, en el Distrito Federal.
[5] Circular 361 de 29 de febrero de 1904, Memoria de Guerra y Marina, 1901-1906, anexo núm. 55, pp. 319-320
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