Sobre el libro La cultura de la conectividad de José Van Dijck

José Van Dijck. La cultura de la conectividad. Una historia crítica de las redes sociales. España, Siglo XXI, 2013

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Muchas veces se ha dicho que hubo un sueño comunitario en el comienzo de la web y que más tarde floreció con los inicios de la web 2.0, el momento en que el usuario adquirió un protagonismo mayúsculo. Cualquiera que recuerde cómo eran las redes sociales en sus inicios sabe también que muy velozmente las ensoñaciones de comunidad fueron modificándose al ritmo de la publicidad, la popularidad y la comoditización de los afectos virtuales. Lo que no sabemos, lo que la mayoría desconoce, es el modo en que eso sucedió. La cultura de la conectividad aspira a ser una historia crítica de las redes sociales, de los primeros diez años de las plataformas Facebook, Youtube, Wikpedia, Flickr y Twitter.

Historizar ágoras muy jóvenes, donde se celebra el instante, es una tarea difícil y José Van Dijck insiste en recordarnos la naturaleza fluida de los experimentos que analiza, la perentoriedad de las investigaciones, el carácter efímero del triunfo de algunos desarrollos. Pero como lo que “está en juego” en las arenas virtuales son las modalidades de sociabilidad, las maneras de hacer cosas juntos, la sociología tiene mucho para decir. Así, en La cultura de la conectividad…, la celebración del vínculo es el signo de superficie de un “proceso de cultura” movilizado por poderosos actores institucionales. Van Dijck entiende que las pujas de esos intereses son también complicadas y múltiples pero la estela de Foucault puede seguirse en este libro como un salvavidas frente a la irrefrenable necesidad de usar varias redes, cambiar una red social por otra, mudarse de una aplicación a otra más nueva.  Si las redes sociales cultivan el presente eterno, la certeza de vivir en una era de la conectividad corrige la contingencia: las sociabilidades se han codificado y si bien puede pensarse que hay tensiones entre la conexión de los usuarios y la conectividad de las plataformas, para Van Dijck avanzamos hacia un ecosistema gobernado por rutinas de monetización, por algoritmos de popularidad y publicidades de publicidades. La autora hace esfuerzos significativos para indicarnos que el futuro es imprevisible, que esa evolución de la tecnificación de los comportamientos en red no es definitiva, que no hay destino o fin de la historia, pero su investigación parece desmentir ese postulado. Acaso todo podría ser más esperanzador si la idea de “cultura de la conectividad” estuviera más rumiada, más discutida. Pero la investigación de lo que Van Dijck denomina el “ecosistema de los medios conectivos”, esto es, las interconexiones y valencias comunes a los microsistemas, a las redes sociales analizadas, vive en la era de conectividad, hereda maneras de tratar los bienes culturales, los deseos y las relaciones entre personas y máquinas.  La cultura de la conectividad se opone históricamente a la cultura participativa, pero está analíticamente atada a esa vieja utopía. ¿Qué ha pasado para que el núcleo intenso de las conexiones personales, el crecimiento de las comunidades de experticia y reciprocidad, se haya transformado en redes de circulación de mercancías y ponderaciones del gusto y la inclinación? Para comprender ese desplazamiento Van Dijck relaciona dos enfoques bajo metáforas de vida (ecosistema de medios conectivos y microsistemas para cada plataforma analizada): una lectura de la circulación del capital con mayúsculas, un análisis de la napa socioeconómica; y una lectura de la napa tecnocultural.  Dice la autora que la investigación sobre los regímenes de propiedad y administración y el modelo de negocios de las redes sociales no es suficiente para dar cuenta de la dinámica del ecosistema. Una historia de las empresas permite conocer la densa interconexión e interoperabilidad de las plataformas en la época de la posradiodifusión, pero no puede alcanzar a evaluar patrones de usabilidad y hábitos, relevancia de los contenidos y sobre todo la potencia de las tecnologías implicadas en la construcción de un espacio en donde interactúan personas y tecnologías. El libro avanza en esos dos flancos y la clave que conecta uno con otro son las tecnologías que latourianamente se comportan como actantes: (meta)datos, algoritmos, protocolos, interfaces y default. Los lectores académicos de este libro se enfrentan con estos términos acaso por primera vez, pero a través de ellos la autora introducirá viejos temas muy conocidos como son la idea de comunidad, la tensión entre público y privado, los debates sobre la mercantilización de los afectos poscapitalistas.  Resulta extraño que no estén profundizados como en otros textos de la autora (v.g. el excelente “Flickr and the culture of connectivity: Sharing views, experiences, memories”, Memory Studies, 4,4, 2010), como si introducirnos al mundo invisible de la codificación nos tenga que costar la posibilidad de volver a hablar sobre la comunicación en la lengua que regía sobre las relaciones cara a cara. Bajo la certeza de que rutinas de programación modelan y perfilan el comportamiento de las personas, el recorrido por las formas de colectar, ordenar, intercambiar y producir información sobre los usuarios nos expone los fundamentos de lo que David Beer ha llamado el inconsciente tecnológico, un reino donde nada ha sido puesto en el plano del discurso y donde poco se monitorea. Acaso la vía regia para reflexionar sobre el alcance de esa conversación híbrida entre personas y máquinas sea el compartir de Facebook. Un click habilita decisiones relacionadas con el usuario, la comunicación entre plataformas y aplicaciones, el intercambio de datos, la cesión de beneficios. Máquinas deseantes de pasarse datos, podría decirse, aunque ya no podamos saber qué significa “máquina” en ese sintagma. Los rankings de las plataformas cierran un círculo, hacen fetichismo de la mercancía: las pequeñas rutinas que se llaman a sí mismas todo el tiempo gestan el baile febril de los me gusta y son como duras grageas de ideología. Van Dijck ha dejado muy poco lugar para los usuarios, y aunque revisa sus planteamientos frente al avance indecoroso de la mercantilización de todo, son un pequeño ejército que defiende una plaza ya perdida: no nos dicen mucho sobre el mundo de la violenta felicidad por la que andamos, ni nos problematizan la enigmática y vigente noción de muchedumbre.

Una mezcla de escasa alfabetización digital, energías paranoides y largas curvas de aprendizaje hace que la investigación sobre redes sociales retome las versiones más infantiles de tópicos como la adicción, la alienación, el consuelo.  Este libro es un avance hacia la integración de problemáticas todavía pensadas como parte del limbo de lo irreal en cajas de la investigación social y una muy buena introducción en español a los escritos de José Van Dijck.

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