Venezuela Oil Fire. El incendio y destrucción de Lagunillas de Aguas en 1939

Probablemente sea esta nota de la British Pathé el único registro fílmico existente del famoso incendio de Lagunillas de Aguas. Un accidente que el 13 de noviembre de 1939 arrasó con el pequeño pueblo ubicado en la costa oriental del Lago de Maracaibo, en el extremo occidental de Venezuela.

Durante la segunda y tercera década del siglo XX, tras el descubrimiento en 1914 del primer gran pozo en la hacienda Zumaque, en el estado Zulia, la zona este del Lago de Maracaibo se había convirtido en epicentro de la producción petrolera mundial y en enorme atractivo para un número indetenible de migrantes que desde todas partes del mundo llegaban para ver con sus propios ojos la realización del mítico Dorado americano. Maracaibo, Cabimas, Lagunillas y muchas otras poblaciones, hasta ahora insignificantes, entraron así a formar parte de novedosos circuitos mercantiles globales impulsados por el auge de las energías fósiles.

Lo que menos sorprende del noticiero es la narración del periodista de British Pathé, quien relata alucinado la destrucción de Lagunillas, mientras intenta descubrir el lugar donde estarían las casitas flotantes al borde del lago. Lo que llama la atención es poder finalmente observar las imágenes en movimiento del pueblo convertido en cenizas y los cadáveres que se agolpan en cajas. Una visión de los eventos que apenas conocíamos por la prensa de la época y los relatos de crónistas y algunos sobrevivientes:

La superficie del lago, debajo de las viviendas, lucía cubierto por una espesa nata de petróleo desprendido desde una avería del pozo 1 de la Venezuelan Gulf Oil. Gases inflamables, que procedían de las cercanas instalaciones petroleras saturaban también la atmósfera y la grave situación obligaba a guardar absoluta prudencia y así lo estaba proclamando Olmos, quien había prohibido que en todo el condado se encendiera cualquier tipo de combustible, líquido o sólido y hasta impidió se usara la mini planta eléctrica que suministraba energía en la planchada para encender sólo ocho bombillas.

Entrada ya la noche de ese desgraciado día, 13 de noviembre, una prostituta caraqueña, Alicia Mendoza, propietaria del bar Caracas, intentó encender una lámpara a combustión de gas para iluminar el negocio y al hacerlo el fuego abrazo las manos de la mujer quien herida lanzó el artefacto por una de las ventanas dando origen a un gran incendio que se extendió con gran celeridad hasta abrazar en muy poco tiempo todo el grupo de viviendas que se extendían sobre la planchada hacia tierra.

La confusión fue total, hombres, mujeres, niños y ancianos se movían invadidos por la desesperación el miedo y la terrible angustia, por encima de los chirriantes maderos de la planchada, semejaban un salvaje rebaño humano emitiendo gritos de espanto que más parecían alaridos de terrible dolor. (Bracho 2009)

Mientras observaba las imágenes -que descubrí mientras rastreaba en los archivos de la British Pathé- y escuchaba las descripciones del poblado de Lagunillas, de lo que fue Lagunillas hasta esa fatídica fecha, no podía dejar de pensar en Mene, la novela de Ramón Díaz Sánchez (1936), escrita apenas tres años antes. En ella Díaz Sánchez había elaborado ya uno de los primeros y más importantes relatos ambientados en torno al petróleo, registrando al detalle el tránsito a la nueva pobreza moderna surgida alrededor del campo petrolero. Esa misma pobreza en la que personajes inspirados en figuras como Alicia Mendoza, la desdichada dueña del Bar Caracas, jugarán un papel de primer orden antes de morir calcinados en las riberas de un lago contaminado y pestilente, al que habían llegado atraídas por el gold rush que impulsa a escala global los imaginarios de riqueza inconmesurable que algunos años antes inaugura el estallido del hoy histórico Zumaque I.

Babel hizo carne su mito sobre este trozo de tierra calenturienta. Todos traían las mismas fiebres, las mismas ansias.

Pueblos obscuros –Cabimas, Lagunillas, Mene- se incorporaban al frenesí del mundo. Las veredas convertidas en calles, los cujizales en viviendas: unas viviendas presurosas, hechas con los cajones de las máquinas y tapadas con planchas de Zinc. La demencia de un sueño extravasado de las fronteras oníricas. (Díaz Sánchez 1936/1958: 30).

De esta forma, al silencio de la selva y los pantanales del lago se impuso de pronto el ruido de las máquinas, las maravillas modernas: los barcos a vapor, los Buick, los Ford, los aviones, el refrigerador, la luz eléctrica, la cocina eléctrica – de pronto, en medio de los pantanales que bordean el lago, el paradigma que rige la realidad es otro: todo puede ser eléctrico- y el bullicio de caseríos y pueblos enteros convertidos en campos petroleros:

(…) cada taladro tiene un balancín que succiona, (…) cada balancín tiene un motor que palpita, (…), cada motor tiene una caldera que regurgita como una monstruosa arteria rota. Además de esto en el recinto de “El Hijo de la Noche” había mil bocas que gritaban y reían, dos mil plantas que zapateaban, una orquesta ruín que chillaba desesperadamente, destrozando un paso-doble, y mil puños que golpeaban las puertas, los tableros de las mesas y las sillas de hierro.

De la calle subían los rugidos de los automóviles y el herido grito de los gramófonos (Ibíd: 54).

Exactamente como se observa en las imágenes, ante la ausencia de recursos, el fuego se extinguió prácticamente por inercia. El retrato fílmico coincide entonces plenamente con el realizado por Omar Bracho, cronista del pueblo: apenas quedaron “espigas de madera humeante sobre toda la agitada superficie lacustre, un número indeterminado de víctimas y el doloroso y triste trabajo de recoger los cuerpos calcinados, y de los muertos por asfixia o triturados y hasta posiblemente de fallecidos por causa del terror al que enfrentaron.“

Mientras veía una y otra vez el documento fílmico, entre sorprendido y maravillado por el valor de sus imágenes, no podía dejar de pensar en el incendio como metáfora de esa doble condición del progreso. El lado oscuro de un proyecto que indetenible arrastra con todo a su paso. La muerte de personas inocentes y la devastación implacable del paisaje. Pero también y, más que nada, el aniquilamiento de la fe en el futuro y los ideales de una época que se pretende moderna. Tal como termina el reportaje de British Pathé: dos días después de la tragedia las máquinas estaban girando de nuevo junto a un pueblo que prácticamente ya no existe.

 

 

Referencias:

Bracho, Omar. 2009. “Lagunillas Histórica: Fuego maldito consumió a Lagunillas de Agua en 1939.“ En: www.cronicasdelacol.com/2009/05/lagunillas-historica-fuego-maldito.html. Tomado el 30.10.15.

Díaz Sanchez, Ramón. 1936/1958. Mene. Caracas: Reproducciones Gráficas.

 

 

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