Representaciones históricas fallidas

Crítica a la obra Perú ja ja

REPRESENTACIONES HISTÓRICAS FALLIDAS

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Hace algunos años, apareció en el Perú una obra teatral que buscó presentar la historia del Perú en clave de comedia. La obra se denomino, “Perú  ja ja”, y tuvo un enorme éxito comercial, al punto que ha sido repuesta hace poco. La directora de la obra, Rocío Tovar, señalaba incluso, que había logrado con ella “una magistral clase de historia del Perú, en joda”.

 

En una entrevista, interrogada sobre un personaje histórico mencionado en la obra, (Alfonso Ugarte, héroe en la Guerra del Pacífico), ella señalaba: “Lo presento como un huevón… Lo que pasa es que, en 1889, en Arica, Bolognesi es un general en retiro, y pide volver a actividad… Alfonso Ugarte tiene 20 años, es un chico muy adinerado (de allí viene lo de estúpido, cojudo, hijo de papá) y regala 44 caballos para la batalla, y eso le da título de coronel. Entonces, un señor retirado, que vuelve a la guerra, que ama la milicia, tiene conciencia de patria y que lucha con un tipo así al lado, es como Pinky y Cerebro, El tonto y el más tonto, dos de los Tres chiflados encima del morro…”(1)

 

La llamativa declaración genero la respuesta del escritor Gustavo Faverón, quien aclaro que:  “Hay algunas cosas que sería bueno tener en cuenta antes de creerse la “magistral clase de historia del Perú” de Rocío Tovar. La batalla de Arica no fue en 1889 sino en junio de 1880. Bolognesi no era un general en retiro, sino un coronel (no era ningún anciano: tenía 63 años). Alfonso Ugarte no tenía 20 años sino 33: no era “un chico”. Su padre murió cuando él tenía cinco años: no era “un hijo de papá”. No “regaló 44 caballos para la batalla”: peleó en varias batallas antes de la de Arica (de hecho, había recibido un balazo en la cabeza en un combate anterior) y no tenía a quién obsequiarle los caballos porque el regimiento militar de Iquique lo encabezaba él mismo, lo había formado él mismo, reclutando personalmente a sus casi quinientos miembros, y también lo había equipado él”. El autor agregaba, además: “Yo no soy nacionalista, ni chauvinista y ni siquiera puedo decir que sea muy patriota. Pero me pregunto cuál es la gracia de que una escritora ignorante ande por ahí declarando estupideces infundadas, que esas estupideces le sirvan de base para criticar una realidad que nunca existió, que a esa crítica arbitraria la llame “magistral clase de historia” (2).

 

Es interesante observar como la obra “Perú  ja ja”, permite aproximarnos a un imaginario histórico que se ha desarrollado en uno o varios sectores de la sociedad. Un imaginario marcado por una visión pretendidamente crítica, irreverente u original.

 

La historia como narración, no es un espacio exclusivo de los historiadores. Muchas veces el arte ha representado mejor algunos hechos históricos y su significado, que la misma ciencia o disciplina dedicada a su estudio. Sin duda, la satirización es valiosa en el desarrollo cultural de las sociedades, pero algunas veces, solo resulta una suma de prejuicios marcados y hasta peligrosos. La historia siempre ha sido un escenario de desfiguración o tergiversación, ya sea por instrumentalización o una lectura equivocada del pasado. En este último caso, es evidente que la distancia del tiempo, hace difícil entender a cabalidad, ciertos hechos, sucesos, eventos o acontecimientos protagonizados por hombres y sociedades.

 

El filósofo francés Edgar Morin, señalaba que una de las capacidades más importantes para el hombre es el “saber contextualizar”. Ciertamente es una capacidad fundamental, pero a la vez una de las menos frecuentes en las personas. En el campo histórico, saber contextualizar un hecho, es el núcleo de la práctica profesional. La historia, se ha convertido repetidas veces en un “tribunal”, lo cual ya es negativo; pero además en un tribunal de fallos muy equivocados, esto debido a la incapacidad de contextualizar bien los hechos del hombre y las sociedades en su propio tiempo histórico.

 

Retomando el ejemplo de Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte, seria valioso recordar que son hombres del siglo XIX, o sea hijos de una época de signo distinto; con mentalidades, valores e ideales que muchas veces difieren a los de hoy. Es el siglo del “romanticismo”, donde ideales como “patria” son esenciales, y dar la vida por defenderla es clave en muchos hombres. La lógica militar, además va unidad muchas veces con códigos de “honor”, incomprensibles para el presente (3). La frase pronunciada antes de la batalla de Arica: “tengo deberes sagrados que cumplir, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, adquiere un sentido distinto bajo las premisas mencionadas, y no son meros actos estúpidos como se desprende de las declaraciones de la directora teatral.

 

La directora, señala también en otra entrevista, al personaje histórico don José de San Martín, descalificándolo por haber sido consumidor de opio. Sin embargo, al contextualizar los hechos, hoy se sabe que esa era una práctica relativamente común para la época; siendo el opio incluso, una forma de tratamiento para ciertas dolencias que padecía el libertador, como señalan sus biógrafos.

 

Es común escuchar descalificaciones históricas en todas las sociedades. Una muy recurrente en el Perú, es la que cuestiona al conquistador Francisco Pizarro, por haber sido de niño criador de cerdos, desconociendo por supuesto que en la España del siglo XV y XIX, los pobres podían ser confundidos con judíos, y un mecanismo para distinguirse de ellos, era criar y comer carne de cerdo.

 

Otro caso es el misticismo y religiosidad del siglo XVII, al cual pertenece Santa Rosa de Lima, quien martirizaba su cuerpo como forma de devoción, hecho que resulta incomprensible para la mayoría de personas de nuestra época.

 

Lastimosamente, cuando la irreverencia va de la mano con la ignorancia, se generan productos como “Perú ja ja”, el cual difunde una mirada a la historia peruana por momentos degradante. Es por ello atendible, la opinión de Gustavo Faverón, quien afirma que: “… Rocío Tovar no es un caso aislado. En el Perú existe la idea vil y baja de que la solidaridad y la voluntad de entregarse por los demás es cosa de “cojudos”. Que la compasión, la colaboración y la empatía son zonceras de payasos, “el tonto y el más tonto”, y que los “cojudos” son perdedores porque este mundo no es para ellos, sino para los “pendejos”. ¿Y quiénes fueron los pendejos? Los que salieron volando, los que recaudaron dinero ajeno y desaparecieron para siempre, los que renunciaron a sus deberes y salvaron el pellejo, los antecesores de la repartija, la traición, el asalto, la inoperancia y la cobardía”, y añade, “Lo de Rocío Tovar es una lástima (demasiada ignorancia junta, demasiada indolencia) pero mucho más triste es que Perú ja ja sea un hito en la historia de los grandes éxitos del teatro peruano. Quienes creen que el éxito valida a las obras de arte y a los productos culturales tienen ahí algo que explicarnos”.

 

Finalmente, la obra busca cuestionar legítimamente la historia oficial o tradicional; sin embargo, solo termina contraponiendo los estereotipos y prejuicios históricos vigentes a nuevos estereotipos y prejuicios sobre la historia peruana.

 

Notas:

 

(1)  Diario La República. 03 de julio del 2013. http://www.larepublica.pe/03-07-2013/la-comedia-me-ayuda-a-joder-y-a-hacer-pensar-un-poco

 

(2)  Blog del escritor Gustavo Faverón. 27 de julio del 2013. http://gustavofaveron.blogspot.com/2013/07/los-pendejos-y-los-cojudos-proposito-de.html

 

(3)  Un episodio histórico, para ilustrar esta idea, es el conflicto con España de 1865-1866, durante el cual se produjo la captura del barco español “La Covadonga”, por parte de los marinos chilenos (combate de Abtao). Esta perdida, provoco que el líder de la escuadra española, Manuel Pareja, tomara la decisión de suicidarse, ya que “había perdido su honor”. Desde los valores del presente, este proceder carece de sentido y merece rechazo, pero desde la lógica histórica, corresponde contextualizarlo antes que juzgarlo.

 

Un ejemplo distinto, pero en la misma línea, es la acción del aviador peruano José Abelardo Quiñones, durante la guerra con Ecuador (1941), cuando al ser alcanzado por proyectiles enemigos, decide no saltar en paracaídas y más bien maniobrar su avión y estrellarlo contra las defensas enemigas. Opero como luego lo harían los kamikazes japoneses, durante la segunda guerra mundial, quienes veían virtud en su accionar.

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