¿Qué es el caudillismo según la historiografía venezolana?

La revisión de la historiografía venezolana (y también de algunos autores de iberoamerica) sobre los caudillos y su forma de hacer política y/o construir un régimen o sistema político (caudillismo), nos permite concluir que es una realidad donde la acción violenta predomina. Es la violencia (o su amenaza) el método que más se usó durante el siglo XIX iberoamericano (en especial en Venezuela) para constituir y cambiar los gobiernos en los ámbitos locales, regionales y nacional, y por tanto representa la “carrera” que deben cumplir los “políticos” para ir escalando en las diversas posiciones de la estructura de poder. De esta manera la violencia lo impregna todo y sirve así para resolver gran diversidad de conflictos a lo largo de esta época, desde los aspectos socioeconómicos como los personales. A pesar de ello existieron pequeños ámbitos y períodos en los cuales la institucionalidad liberal y constitucional poseía ciertas autonomías, que podían incrementarse o reducirse dependiendo de la acción de los caudillos (los que “creían sinceramente” en el liberalismo como proyecto anhelado en el proceso de Independencia) u otros factores: mejoramiento de la economía, fortalecimiento de las clases sociales terratenientes y comerciales, opinión pública, tradición institucional heredada de la época colonial, etc.

El caudillismo es “guerra” y por tanto son los hombres de armas y la cultura militar los que tienen el protagonismo. Estos jefes (el Diccionario de la Real Academia Española nos recuerda su origen del latín: “capitellus”: el que dirige y manda a la gente de guerra[1]) son nombrados por los historiadores de manera distinta a los de las instituciones militares, no son generales o capitanes sino caudillos, porque su mando va más allá de los reglamentos formales. El caudillo como tal responde a un momento primitivo (aunque no siempre, porque los oficiales militares pueden transformarse en caudillos) de la conformación de los ejércitos y por ello el voluntarismo personalista predomina a la hora de reclutar, entrenar dirigir y conservar unidos a los soldados. Es por esto último que el caudillo está más cerca del “capo” (jefe de una banda de narcotraficantes) o “pran” (jefe de los prisioneros) en la actualidad y en el pasado al jefe de los bandoleros, con la diferencia que su actividad busca influir en política. La condición fundamental más no única para que surjan es la inexistencia de un ejército profesional o institucionalizado que es dirigido por un Estado. Cuando el Estado falla los caudillos prevalecen.

La violencia fortaleció la tradición “militar” de la sociedad colonial que nace del caudillo-conquistador y donde los hacendados son parte de la milicia y usan sus peones como soldados en momentos de invasiones de piratas o rebeliones locales y luego en la guerra de Independencia. Pero la violencia también está de algún modo en las regiones de “frontera”: los Llanos, y en buena parte de las haciendas. Estos son pequeños dominios o “feudos” de los patrones, donde los terratenientes poseen una gran autonomía en el ejercicio del poder a lo interno de sus posesiones. Se da un “gobierno personalista” sobre peones y/o esclavos logrando la obediencia de estos últimos por medio de la violencia y/o una relación clientelar. El caudillaje entendido como el conjunto de relaciones entre el caudillo y su banda armada nacen en la hacienda en un principio, pero la relación patrón-cliente no se reduce al propietario y sus trabajadores sino que también existe dentro de las jerarquías entre los peones siendo el mejor ejemplo la influencia de los capataces o mayordomos sobre sus subordinados. Una vez iniciada la guerra estas relaciones permitirán la aparición de nuevos “patrones” que ganarán su autoridad y carisma en base a sus acciones violentas (valentía, agresividad, don de mando, victorias militares, etc.); y sus capacidades para conseguir recursos, contactos con otros caudillos, y facilitar la satisfacción de las necesidades y objetivos de sus soldados. En este ámbito serán los capataces los que tendrán las mayores posibilidades al tener una relación previa a los tiempos de la guerra.

El proyecto republicano venezolano ante su fracaso institucional, tanto en su versión civil como en la dictatorial de Miranda y Bolívar (1810-1814), tuvo que ceder sus esperanzas en los caudillos. Estos asumieron no solo la defensa del ideal sino el establecimiento del orden político en las zonas que iban liberando, orden que solo fue posible al adoptar la única manera que estos conocían: el personalismo guerrero: el considerar a sus gobernados como sus soldados y por tanto obedientes a su voluntad. Los caudillos se convirtieron en “creadores de repúblicas” y “padres de la Patria”, que justificaban su monopolio del poder ante la inestabilidad de una violencia que nunca tenía fin. Los caudillos como “administradores” de la guerra (único medio para imponer orden) ganaron un gran prestigio que se mantuvo mientras no existiera una institución capaz de imponer los criterios legales e institucionales de control social.

Los primeros en intentar comprender la lógica caudillista fueron los intelectuales de su tiempo. En un principio confundieron al caudillo con todo jefe militar de cierto prestigio pero también al caudillismo con todo tipo de personalismo, y la única diferencia entre los caudillos era el objetivo que buscaban sus ambiciones personales o el bien de la república (Fermín Toro). Los positivistas harán una reinterpretación de esta visión maniquea, estableciendo dos tipos de caudillismo pero según el ejercicio del poder: el primero es anárquico (disgregador) y el segundo despótico (centralizador) (Vallenilla Lanz). También lograron ampliar todo lo relativo a sus orígenes y formularon un proyecto político que buscara superar el caudillismo a partir de las potencialidades de la autoridad caudillista. Los marxistas asumirán la idea de los caudillos como instrumentos de control social pero advirtiendo que ese control busca el beneficio de las clases dominantes y el imperialismo (Betancourt). Resaltan también el ser una forma de personalismo (no reduce el fenómeno a solo el caudillismo), el carácter feudal del caudillismo y por tanto de la influencia de las relaciones patrón-cliente en las haciendas (“feudos”), y su tendencia a su localismo y regionalismo. Pero una parte del marxismo – al igual que las dos escuelas anteriores – creerá en las potencialidades del caudillo para lograr cambios, en ser un instrumento para la institucionalización, llámese República, Estado centralizado o revolución social. Es a partir de la escuela del nacionalismo-historiográfico y especialmente con la profesionalización de la carrera de historia en Venezuela (interpretaciones no marxistas) cuando el caudillo deja de ser visto como algo positivo y se resalta su carga negativa: autoritarismo y contrario al civilismo (primera escuela) para luego abandonar todo aspecto valorativo. El caudillismo es clasificado como una forma de personalismo entre otras (Soriano) y no será reducido a la acción de los caudillos sino que este representa un sistema piramidal de alianzas entre diversos caudillos en lo local y regional para aceptar la existencia de un “caudillo mayor” (Urbaneja). El caudillismo desapareció en Venezuela con el surgimiento de los militares profesionales (institución armada) pero se mantuvo el personalismo aunque cambió a uno de tipo pretoriano (Irwin). Lo más importante quizás es que todas estas conclusiones se lograron – en parte – por el abandono de la perspectiva axiológica en lo relativo al fenómeno.

 

[1]REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (2001), “Caudillo”, en: Diccionario de la Lengua Española (página web). Recuperado en junio, 27, 2014, de http://lema.rae.es/drae/?val=caudillo

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